domingo, 8 de noviembre de 2015

LAS SECTAS DISIDENTES
Alberto García Vieyra O.P.
Aunque al hacer esta nota  tuvimos en cuenta las sectas protestantes, vale también para las sectas masónicas, laicismo, neutralismo de Estado, democratismo liberal, socialismo, semi-católicos, etc., todas las formas negativas de vida social que coinciden en la negación de la integridad de la fe.

E
n el prólogo de un libro reciente, hemos leído: “Sepuis quelques années, diver5ses sectes, ‘bibliques’, eschatologiques, guerisseures et autres depleient une activitè intensifiée en plusieurs pays d’Europe” (Sectes Modernes et foi Catholique, por M. Benoit Lavaud O.P.).

No sólo en Europa sino en nuestro país, las sectas protestantes desarrollan una intensa labor. Aquí, en Argentina, el asunto ha preocupado, entre otros, al Exmo. Señor Obispo de Resistencia, Monseñor Enrique Rau, en un enjundioso trabajo: “Nuestra Defensa contra la propaganda protestante”.

Nuestra Nota tiene por objeto pones de manifiesto lo siguiente: 1º) debemos guardar la integridad de la Revelación y de la fe: 2º) Lo que las sectas poseen de positivo, está ya en su estado auténtico en la Iglesia Católica; 3º) Las sectas disidentes subsisten solamente por su polémica contra la Iglesia, o como religiones de Estado; 4º) Su contenido religioso es un humanismo naturalista, que busca sus antecedentes históricos en la historia de las religiones; 5º) Como estructuras religiosas, los cultos disidentes no encierran ningún valor positivo, y muchos negativos, en orden a la justificación o salvación del hombre, por la subestimación  total o parcial de la verdad revelada; 6º) como estructuras sociales, ocupan un lugar, hacen proselitismo, denigran a la Iglesia y siembran la confusión en sus conciencias; 7º) Llevan el problema de la verdadera Iglesia a la calle, por así decir, que queda insoluble para muchos incautos, a los cuales apartan de los medios de salvación; 8º) Las sectas disidentes (evangélicos, luteranos, metodistas, mormones, etc.), modificasen, subdividiesen, cambian constantemente de contenido religioso, no representando ningún valor ni para el hombre ni para la sociedad.



El culto no es un problema artístico-literario, a resolverse por la tradición o por el folklore; es un problema de justicia. La Reforma, como la mayor parte de los movimientos reformistas, enarboló su bandera de “protesta”, por defectos reales en la Iglesia, que interesaban la justicia en las relaciones del hombre con Dios.

Esto es verdad y no lo negamos. Los historiadores hablan de abusos, carencia de vida interior, caída en el profesionalismo, legalismo y lo que podría  denominarse espíritu administrativo.

Pero una cosa es pugnar por la fe y la vida interior, otra el negar la integridad de la Revelación. Tal es el caso de las sectas protestantes. Por tal motivo afirmamos que no tienen razón de ser, ni representan ningún valor positivo para el hombre o para la sociedad.  Abogaron por la fe, pero negaron el objeto de la fe: la revelación divina. Apelaron al Evangelio, y redujeron su contenido a un humanitarismo sentimental.  La fe sin objeto, y con el arma del libre examen, entabla arrogante polémica cuatro veces secular, contra los libros inspirados, y termina en credulidad de fenómenos históricos y sociales.

Divididas y subdivididas, con un contenido de creencias que varía y se modifica constantemente, las sectas protestantes nada serio pueden decirnos acerca de la salvación.

La presencia de sectas disidentes de la Iglesia en nuestro país, obliga a plantearnos el problema de su valor en orden al bien de la comunidad.

El problema de las confesiones religiosas, es el problema del culto debido a Dios, y el problema de nuestra salvación. Ni luteranos, ni calvinistas, ni metodistas, ni mormones, etc., etc., ninguna secta protestante reúne las condiciones de justicia para el culto debido a que Dios tiene derecho en la actual economía de la Redención. No representan, entonces, ningún valor positivo en orden al bien común.

Probarlo es fácil:

a) La religión, el culto, es un servicio de justicia, como ya lo hemos expuesto. Debe ser interior, cordial pero atenerse a las condiciones prescriptas por la ley divina positiva de la revelación. La misión de la Iglesia es canalizar las fuerzas espirituales del hombre, en la unidad de la misma fe y del mismo amor sobrenatural.

Los cultos disidentes no se atienen a la ley de la revelación; niégala total o parcialmente. Luego no constituyen un servicio de justicia para con Dios; por lo tanto una adulteración, e injusticia formal.

La salvación depende de la justicia; su nombre paulino es justificación.

Faltar a la justicia o una justicia adulterada no constituyen un bien positivo para la comunidad humana. Luego los cultos disidentes no constituyen  un bien propiamente dicho para el hombre, constituyen una formal injusticia.

La implantación de una nueva escuela artística o literaria es algo en sí  indiferente, que poco interesa a la justicia: la misma variedad puede ser un bien positivo. Pero tratándose de Dios, de la integridad de la fe y del culto, interesa vitalmente al hombre, quien para salvarse debe encontrar los cauces comunes de la justificación.

b) En las cuestiones sobre el martirio y la herejía, Santo Tomas expone cuanto importa la integridad de la revelación.

Al tratar de la herejía, afirma el Santo que debe castigarse al hereje con la pena capital: “…non solum excommunicare sed et juste occidi” (II-IIae., q. XI, a 3.). La razón es el gravisimo daño a la comunidad. Antes de la perdición de todos, o de un gran número seducidos por la herejía, es mejor la de uno solo.

Hereje es quien atenta contra la integridad del dogma o de la revelación. Implica un rompimiento culpable de la unidad de la fe; en el orden social implica la creación de estructuras seudo-espirituales que entorpecen la clara visión de las condiciones de la salvación. En la cuestión del martirio reaparece la importancia de conservar la integridad de la revelación, y la fe.

Prefiero la muerte y salvar mi alma  antes que perderme en cuerpo y alma en el infierno. El martirio como acto supremo de la fortaleza, supone como bien máximo la integridad de la revelación , objeto de la fe sobrenatural.

c) Las doctrinas sobre pluralismo religioso, laicismo, libertad de cultos o tolerancia, difícilmente dejan de implicar una subestimación de la fe.

El bien del hombre, dice Santo Tomas, al tratar de esta cuestión del martirio, consiste en la verdad como en su propio objeto, y en la justicia como en su propio efecto (II-IIae., q.124, a.1). Quiere decir que el bien para el hombre consiste en radicarse en la verdad, y respetar en el orden práctico todos los postulados de la justicia. Una forma cultural que niega  la integridad de la fe implica una desobediencia contra la verdad y una injusticia concomitante. Injusticia ante Dios equivale para el hombre a la condenación.

Luego jamás será bien positivo para el mismo hombre.

Supuesta la paridad de cultos, supuesta la justicia de las sectas disidentes, el martirio no tendría ninguna razón de ser. La teología justifica el martirio, para salvar los valores supremos de verdad revelada y de justicia. Si la verdad de la fe no fuera realmente  un valor supremo, superior a la propia vida, no habría porqué perderla.

En el martirio la justicia consiste en  salvar la integridad de la revelación aún al precio de mi propia existencia.

Si la paridad de cultos fuera justa, lo mismo daría la revelación íntegra,  que otra creencias parciales. Luego la justicia no podría exigir por aquello la inmolación de la propia vida.

Lo que implica en síntesis, un valor supremo es la firmeza en la verdad revelada, objeto de la fe. Tal firmeza es lo justo delante de Dios. Luego debe mantenerse. El hombre, ser creado por Dios,  no puede poner en duda la palabra de Dios. Negar total o parcialmente la palabra de Dios entre en la categoría de injusticia y es pecado.

Luego ninguna secta, confesión religiosa o política que niegue total o parcialmente la revelación divina pueden sustentarse; ningún laicismo o indiferencia religiosa pueden en rigor justificarse. Construir en el Orden es el camino de la paz.+  



Artículo publicado en la revista “Presencia” (Nª 64), del padre Meinvielle, que hoy día  tiene más actualidad aun  que cuando fue escrito, en octubre de 1956; pues el “humanitarismo sentimental”  protestantizante, está fomentado en la Iglesia desde el Vaticano.