lunes, 18 de julio de 2016

Desde Alfonsín, al menos, el Régimen liberal  inició el ataque postrero para aminorar y eliminar el auténtico sentimiento patriótico de los argentinos,  enraizado en la Fe católica, y desacreditar al Ejército argentino, porque  sabe que ambos son  indispensable  para la restauración nacional, y para exigir el ajusticiamiento a los traidores a la patria.
EL LIBERAL NO  PUEDE SER AUTÉNTICO PATRIOTA EN LA ARGENTINA.
LA FILOSOFÍA POLÍTICA DEL NACIONALISMO ARGENTINO ES CATÓLICA, Y  NADA TIENE QUE VER CON LA DE  LOS NACIONALISMO DE ORIGEN PROTESTANTE: INGLÉS, ALEMÁN, YANQUI..., PUES ESTOS SON RACISTAS E IMPERIALISTAS.
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(A continuación un artículo publicado en la revista ‘VERBO’, de agosto de 1983).

LIBERALES Y MARXISTAS ENEMIGOS DE LAS PATRIAS HISPÁNICAS
Frederic Wilhelmsen

S
i yo tratara de buscar el enemigo número uno del sentido clásico y cristiano de la patria, lo encontraría en la figura de Carlos Marx. Ya que patria desde el principio quiere decir un lugar donde el hombre nace, un espacio geográfico que es suyo, una historia bastante íntima con la cual puede identificarse, un idioma que expresa no solamente sus pensamientos sino también sus sentimientos más profundos; un idioma cuyos giros  dan paso a los chistes y en un sentido de humor que es netamente suyo; una fe que le une  con sus compatriotas. Si la palabra patria implica todo esto y mucho más, entonces podemos concluir que sin ninguna duda  que Carlos Marx es el enemigo número uno del patriotismo. Marx es, quizás, el ejemplo más alto de lo que solemos llamar hoy día en las ciencias políticas el gnosticismo. Aunque la palabra ‘gnosticismo’ tiene una historia muy larga que empezó probablemente antes del nacimiento de Cristo, siguiendo la pauta de las investigaciones contemporáneas podemos bosquejar un cuadro genérico que encaja su esencia.

Ser gnóstico genéricamente y ser marxista específicamente implica una serie de movimientos que tienen lugar dentro de la psicología de un hombre. Este movimiento va en contra de todo lo que quiere decir ‘patria’ y su respuesta humana, el ‘patriotismo’. En primer lugar, el marxista –en una manera especial, y todos los gnósticos en un manera más general-, digo el marxista potencialmente, es un hombre que no se siente en casa, no está cómodo en el lugar de su nacimiento, se siente un extranjero en su propio país. El mundo mismo que lo rodea le produce un sentimiento de tristeza, de extrañeza. A veces esta alienación llega hasta el campo y los lagos, hasta las flores y los árboles, hasta la geografía que rodea a este hombre. Él experimenta, al principio, nada más que un ligero odio  por todo lo que lo rodea.  Efectivamente no está en casa. ¡Pero no tiene otra casa! Siempre esta alienación física y cósmica va unida con cierta distancia a los hombres que están a su alrededor. No experimenta ninguna comunión con ellos.  Aunque hablan el mismo idioma, aunque tengan una historia en común, aunque participan en la misma sangre, aunque manan de la misma estirpe, esos hombres que deben ser sus hermanos han llegado a ser extranjeros. Primeramente se experimenta a sí mismo como un hombre distanciado del espacio y del tiempo cósmico  dentro de los cuales vive; esta extrañeza va unida  (la prioridad temporal no tiene aquí tanta importancia) con una alienación de los hombres con los cuales vive, con sus costumbres,  su historia, su cultura. Este pobre hombre ha dejado de tener una patria.



Pero la alienación, el sentido de la extrañeza, casi nunca puede parar. Al contrario, prepara el segundo paso en la psicología del marxista potencial.. Dios hizo al hombre para que ame a los demás, a sus compañeros en la vida, y hasta el espacio es suyo. Si un hombre se encuentra aislado y separado de todo esto, la tendencia de amar da paso  a su contrario: el odio. ¡Debo estar en casa pero no lo estoy! ¡Estoy rodeado por un mundo que me amenaza! ¡Un mundo de cosas extrañas y de extranjeros! ¡Tengo que salir de esta casa de enemigos! ¡Ahora todo ha llegado a ser enemigo! Pero la única manera de salir de este mundo extraño y odioso consiste en matarlo, destrozarlo, a fin de edificar un mundo nuevo, lindo, bonito, dentro del cual podré por fin lograr mi propia identidad. De este movimiento psicológico mana el marxismo. El marxismo no mana del amor. Vamos, a veces hay amores muy equivocados, pero siguen siendo amores. Pero el marxismo emerge del contrario del amor, emerge del odio. Ningún marxista ama. Odia a todo. Su bandera, con el puño en alto, es la bandera del odio mismo. Ya que el movimiento hacia el marxismo siempre empieza con un rechazo del mundo concreto dentro del cual el marxista nació, el marxista no puede aguantar ningún sentimiento cariñoso hacia la patria. Él ha venido de una patria y la rechaza. Patria y comunismo son dos términos contradictorios.

Esto no quiere decir que el marxismo o el comunismo no tenga ninguna patria. En absoluto. Estos hombres tan equivocados tienen una caricatura de una patria, ese mundo tan perfecto sin clases que va a acabar con la historia tal como todos nosotros la hemos conocido. Pero aún cuando esa sociedad más allá de las fronteras de la historia tuviera cierta realidad no sería una patria de verdad. Quedaría siendo, aún dentro de la teología secularizada del marxismo, un campo de concentración, sin familias, sin historia, sin nada personalmente mío. Unos pensadores dicen que el sueño marxista es un sueño bueno, pero incapaz de realizarse. Yo voy más allá. Si la doctrina marxista pudiera realizarse, si su meta pudiera encontrar una actualización, si fuera posible vivir en ese mundo sin clases y sin historia y sin religión, nosotros –los hombres de occidente- pasaríamos por la misma trayectoria que hizo posible el marxismo y nosotros seríamos los ‘revolucionarios’ en ese momento. Porque anhelaríamos volver a nuestras patrias, las cuales no tienen nada que ver con la sociedad gris y aburrida del paraíso marxista. Y la bandera de esta ‘revolución’ ya ha sido alzada –por lo menos en Polonia.

Ya que, según el marxismo, hay una ley que gobierna todo movimiento o cambio que hay en el universo, una ley que gobierna la misma historia humana, la ley de la dialéctica; ya que la historia va hacia esta meta, una meta más allá de la misma historia, resulta que esta caricatura de la patria para un marxista siempre es un futuro, una expectación. Nunca se palpa en un presente, y naturalmente no goza de un pasado lleno de memorias o metas. Patria implica una comunión no solamente en el tiempo y en el espacio, en una geografía destacada, sino que también y sobre todo en una comunión entre hombres, hombres que tienen algo en común, una reacción fraternal hacia todo lo que pasa. Pero para el marxismo el hombre no ha llegado todavía a existir. Existirá en ese paraíso en el futuro. De momento somos nada más que trabajadores, hombres definidos por los oficios que ejercemos a fin de ganar la vida. Por ejemplo, dentro de la teoría marxista yo no soy un hombre cuyo profesión consiste en ser profesor. Soy nada más que profesor a secas. También con un carpintero o un marinero. Pero para vivir en una patria hace falta un sentimiento vivo de todo lo humano. Un patriota no se define por su profesión y por lo tanto el patriotismo es capaz de unir a hombres cuyas vidas profesionales, cuyas situaciones económicas, cuyos intereses personales reflejan una variedad y unas diferencias grandes. Un pobre y un rico se unen en el amor a la patria. Donde este enlace no existe, la misma humanidad del hombre se marchita, se empobrece y el hombre se siente menos humano. Por eso el marxista, aunque es un hombre creado por Dios, nunca puede desarrollar se propia humanidad. Hay algo gris, sin color, aburrido en esas sociedades que produce una monotonía feroz. Hace falta solamente pensar en Cuba, anteriormente un país enormemente alegre, con flores en las calles y ahora convertido en un campo de concentración, en una cárcel. Un amigo mía, un cubano, que vive ahora en los Estados Unidos, me dijo una vez: “No quiero volver a Cuba a no ser con un ejército de liberación. Si volviera ahora solo, yo sería nada más que un turista porque Cuba hoy día ha dejado de ser mi patria. No sé donde está mi patria, probablemente en las memorias que guardo en mi corazón”.

Algo parecido pasa con la religiosidad del hombre. La alienación sentida por un marxista potencial siempre da paso a un odio hacia Dios, hacia el Creador de este mundo. Ya el proceso psicológico que termina en el marxismo implica, como dije, una cierta alienación de todo lo que me rodea, resulta que de allí emerge un odio hacia  el Dios que ha creado este mundo donde me siento como extranjero. Si el Dios efectivamente es el Dios cristiano (el marxismo es una herejía occidental, no oriental) resulta que tengo que matar a ese Dios.  Tengo que crucificarlo otra vez y lo hago crucificando a su Iglesia y persiguiendo a sus fieles. Este deseo de matar a Dios va unido  con el deseo de alcanzar una humanidad hasta ahora no conseguida. Todavía ni el hombre ni Dios existen (ya le he matado a Él a través de su llamada Iglesia).

Pero la dialéctica histórica producirá a un Dios nuevo, un Dios surgido de la misma historia y su nombre será ¡Hombre! El viejo Dios ha desaparecido. El hombre nunca ha existido. Un nuevo Dios existirá y se identificará con la aparición en la historia del hombre por primera vez. No habrá trabajadores, seres definidos por el trabajo, sino hombres libres.

Todo esto necesita que el marxista mate el sentido religioso en el hombre. Vale la pena sopesar brevemente lo que quiere decir ‘religión’. Viene de dos palabras en latín que indican ‘religar’ o ligar o atar dos veces. Todas las cosas en el cosmos están atadas o ‘religadas’ a un suelo en el ser. Hasta los pájaros que vuelan obedecen a las leyes fundamentales de la naturaleza. Pero solamente el hombre puede darse cuenta de su ‘religión’, de su ‘status’ de ser un ser que ha manado del suelo. Sin un sentido de ésta índole, por lo menos primitivo, el patriotismo nunca habría existido, ya que un patriota se siente religado, relacionado, atado a un suelo en el ser, un suelo geográfico y psíquico. Por lo tanto el patriotismo está unido con lo religioso. Todos sentimos lo divino, a veces en el campo, a veces en el mar, mirando la vastedad del océano sin fin, a veces mirando el cielo y las estrellas, y a veces simplemente de cómo nosotros no somos como las cosas del universo ya que sabemos que somos, y el cosmos es un gran mudo. Mejor aún, somos nosotros la voz del cosmos. No hay en la historia del mundo una nación, ni siquiera una tribu, que no haya reconocido a Dios de una u otra forma.  El ateísmo, al contrario, es una postura negativa, no positiva; niega una  divinidad afirmada por la comunidad dentro de cuyo seno nació. El acto de sentirse  religado a un ancla en el ser va unido con el acto de sentirse  unido con una patria, también un ancla en el ser. El patriota  generalmente es un hombre que cree en Dios.

Debido a la secularización de occidente, un proceso que comenzó ya hace cuatro o más siglos, el patriotismo poco a poco ser ha desvinculado de la religión. Este proceso ha tratado de crear una especie de patriota que no sea creyente.  Mejor dicho aún, un patriota cuyo patriotismo  no tiene nada esencial que ver con su religión. En parte este efecto se debe a la multiplicación de las religiones producida por la Reforma Protestante. Donde hay un enjambre de religiones pululando por un país, el mismo orden político tiene que buscar un enlace entre los ciudadanos que no sea la religión. Este enlace se hace por una historia más o menos inventada, una mitología envuelta en la  bandera nacional, y esa base geográfica y psicológica de la cual hablé antes.

Esta situación reina en los Estados Unidos donde existe un patriotismo que vagamente afirma la existencia de Dios, pero que no se identifica con ninguna religión destacada. En Inglaterra existe la ficción de una religión establecida, la Anglicana, pero ni la décima parte de la población le hace caso.

En la mitología inglesa de su propio patriotismo, es probable que la monarquía sea la pieza más firme. Pero todo esto es mitología, ya que la misma monarquía no tiene ningún papel político. Se mantiene para mantener el patriotismo inglés. Un amigo mío en los Estados Unidos, un católico muy antibritánico, me dijo una vez que los ingleses son tan malos que no merecen la monarquía, ya que es la única cosa decente en todo  el país. ¡Cómo castigo haría falta abolir la monarquía, y dejando así a los ingleses en un patriotismo sin contenido, en un nacionalismo y racismo desnudos!

En el mundo hispánico, al contrario, la Fe Católica siempre a sido la base, el suelo del patriotismo. Si pensamos en el Imperio enorme edificado por los Reyes Católicos, y más tarde y más brillantemente por los primeros Austrias, Carlos I y su hijo Felipe II, encontramos un espectáculo político casi milagroso. El Imperio no se estableció sobre la base de la raza ya que los españoles no forman una sola raza. Había íberos, romanos, fenicios, godos y visigodos, celtas, griegos, árabes… y más. Todos se mezclaban y por fin emergió la nación española a través de los siete siglos de la reconquista. Su base no era racial sino religiosa. Extendiéndose hasta las Américas y hasta las islas Filipinas, los españoles se mezclaban con los indígenas y así formaban razas nuevas. Y aquí en la Argentina el último siglo y medio ha visto una emigración enorme de italianos –y en menor grado-  de alemanes, y otras nacionalidades. Cuando el Imperio dejó de existir, la Hispanidad seguía existiendo porque la Hispanidad tiene como base la evangelización del mundo en el nombre de la Cruz de Cristo. No tiene otro sentido ni tiene otra base para su patriotismo. Aquí catolicismo quiere decir patriotismo y patriotismo quiere decir catolicismo. Esto no ocurre en otras civilizaciones pero las vicisitudes de la historia quizá manejada por la mano de Dios, ha producido un matrimonio entre lo religioso y lo patriótico. Me han dicho que en las Malvinas los soldados argentinos llevaban rosarios al lado de sus fusiles. Un liberalismo sofisticado y cosmopolita puede tratar de ocultar esos hechos en nombre de otra meta pero cuando llega el momento de la verdad, cuando la Patria está amenazada, el fervor religioso vuelve con una fuerza imponente. Carlos I no era un español de raza. Era un flamenco, pero unos pocos años después de llegar a España, se hispanizó, y se hispanizó porque él  “ponía todos sus reinos (en sus propias palabras) al servicio de la Cruz y al servicio de la Iglesia”.

La catolicidad de lo hispánico hizo que su propio rey, el emperador, llegara a ser un español. Y la catolicidad hispánica  hizo que la mitad del mundo se convirtiera a la Fe de Cristo. Cuando el mundo hispánico olvida su religión, olvida su propio patriotismo.  No estoy hablando en términos legales, de la cuestión de la confesionalidad del Estado. Al contrario estoy hablando de algo mucho más profundo, algo que tiene que ver con   las entrañas de una Hispanidad que de verdad no es raza sino comunión delante del mismo altar.

Por eso la comunicación entre los países hispánicos es fácil. A pesar de una serie de gobiernos diferentes, en gran parte todos malos, las personas se encuentran en casa dondequiera que estén. Todos hablan el mismo idioma, pero todos lo hablan con sus propias matizaciones y esto añade riqueza a la hispanidad. Y la Fe Católica ha penetrado hasta la misma lengua. El mismo Carlos I dijo un discurso delante del Papa hablando en español, y con su acento fuertemente flamenco dijo: “El castellano es un idioma digno de cualquier cristiano”. ¿Una exageración? Seguramente, porque el patriotismo siempre tiene que exagerar. Lo hace por amor y amor es exageración por esencia.

Santo Tomas de Aquino dijo que el patriotismo es una virtud y un hombre que no sea patriota o es un pobre diablo –hay muchos en este mundo tan tecnificado y móvil- o es un pecador. Y aquí encontramos uno de los muchos pecados del liberalismo. ¿Cómo puedo yo, un hombre de afuera, enseñarles a ustedes algo sobre el liberalismo cuando tienen a su alcance las obras del gran padre Leonardo Castellani, y principalmente su Esencia del Liberalismo? Pero ya que ustedes me han invitado a dar esta conferencia trataré de decir algo por mi cuenta. El liberalismo clásico, nacido en los primeros años del siglo pasado, aunque teniendo raíces en una historia muy vieja, trata de dividir el sentir patriótico del sentir religioso, así relegaba la religión a una esfera privada y limitada. Por eso los liberales siempre se quejan de las procesiones de Corpus Christi. No quieren ver al Señor en la calle ¡que se quede en el Tabernáculo!  Como dije antes, el liberalismo –hasta cierto punto- puede conseguir su meta en los países donde la unidad religiosa no existe. Se puede ser liberal y patriota en Inglaterra o en los Estados Unidos, pero no se puede ser liberal y patriota en la Argentina, ni en cualquier otro país de la estirpe hispánica. Ser liberal es negar quince siglos de historia. Ya que el liberalismo se basa en un capitalismo sin patria, en una red de organismos que cubre todo el mundo –hasta el mundo comunista-, un buen liberal, aunque puede llorar como un niño cuando toca una banda el himno nacional, no puede sentirse unido al suelo en el ser. San Agustín nos dice que  una patria se forma cuando muchos hombres se unen en un amor común: populus est coetus multitudinis rationalis, rerum quas diligit concordi communione societas (Civitas Dei, 19-24), es decir:”la congregación de seres racionales, asociados por la concorde comunión de cosas que aman” Y el mismo San Agustín nos dice que un hombre puede amar muchas cosas y personas pero esto no cuenta; lo que cuenta es el orden de  estos amores. El liberalismo clásico tiene como primer amor, el amor por el dinero. Bueno ¡No vamos a engañarnos a nosotros mismos! Todos queremos tener más dinero, hasta el abad de un monasterio trapense. El famoso escritor inglés Hilaire Belloc solía preguntar sobre todo a los hombres que conocía:  “¿Y cuanto dinero gana él y cuanto dinero tiene detrás?” El dinero es un motivo  enormemente importante en la vida  de la mayoría de la gente. Pero el liberalismo pone el dinero en la primera fila.  La posesión del dinero y el anhelo de ganar más y aún más es la primera meta en  su vida. Si el dinero es la primera finalidad de un hombre, su patriotismo –en el caso de tenerlo- tiene que ocupar un lugar muy inferior en su escala de valores. Porque muy a menudo el dinero va en contra de los intereses de la patria. No tengo que enseñar a los argentinos esta verdad, una verdad que hace inteligible un siglo y medio de historia aquí, en este país tan bonito y tan maltratado  por dentro y por fuera.

El antiguo Aristóteles puede enseñarnos algo sobre este aspecto. Aristóteles, en contra de Platón, defendía la propiedad privada. Su doctrina es genial. Todo lo racional, lo espiritual, debe compartirse en una comunidad política, ya que lo espiritual no tiene fronteras. Pero la propiedad es una extensión del cuerpo humano. Ahora, si esta extensión va más allá de los límites racionales del cuerpo humano encontramos un abuso en la posesión de la propiedad privada. Como dijo el viejo Aristóteles, “puedo dormir solamente en una cama a la vez; puedo tener solamente un techo sobre mi cabeza cuando estoy durmiendo”. Bueno, podemos añadir que no hay nada malo en tener una casa en el campo y un apartamento en la ciudad o quizás dos, pero ¿ciento cincuenta casas y ciento cincuenta apartamentos? ¿Cómo podría yo disfrutar de ciento cincuenta casas  de una manera personal? ¡Es imposible físicamente! La propiedad privada tiene que ser limitada. Santo Tomas dice que aunque la posesión de la  propiedad sigue siendo  privada, su uso pertenece al bien común.

Por eso el liberalismo capitalista siempre se hace más y más abstracto, buscando más y más  dinero que en último término no representa nada concreto. Un liberal vive en un mundo de cifras y talones bancarios y oficinas, y deja de gozar la vida concreta. Por aislarse de la vida concreta  tiene que aislarse de la patria. La patria siempre implica límites y G. K. Chesterton hablaba frecuentemente de “la poesía de los límites” Encontrándome dentro de una geografía, dentro de un país con fronteras (frontera en un latín antiguo quiere decir “trinchera”, de donde viene la misma palabra “límite”, limes), un patriota siempre goza de esa poesía. Pero ya el liberal ha dado su corazón a un dinamismo que no tiene límites –la búsqueda del dinero-, en caso de un conflicto entre el dinero y  los intereses de la nación siempre tiene que escoger el dinero y dejar a la pobre nación en un apuro. Y si no lo hace no es buen liberal. Gracias a Dios hay liberales malos, que quiere decir que hasta cierto punto son hombres buenos.

Un sentido fuerte de lo que es la Patria siempre va unido con la afectividad. Un nacionalismo falso puede exaltar esta afectividad hasta que deje de ser afectividad para convertirse en un odio por todo lo demás. Esto es lo que pasó en Europa en el siglo pasado y en este. Al principio unido con el liberalismo  capitalista como en Francia, el nacionalismo se separó del liberalismo a fin de llegar a ser una especie de frenesí racista que más tarde degeneró en el nazismo. El nazismo no es una forma de patriotismo. Es más bien una caricatura del patriotismo verdadero. Basándose en una religión de la raza u en una superstición sobre el idioma, aquel tipo de nacionalismo vuelve a la cueva de la prehistoria. Un buen patriota no odia lo que está más allá de sus límites. Lo respeta, pero siempre se da cuenta de que aunque ‘ellos’ tienen algo bueno propio no es lo suyo. Un nacionalismo primitivo es tan absurdo como  un marido que odia a todas las mujeres del mundo, porque ama a una, la suya. La actitud es ridícula. Pero podemos engañarnos por las palabras que usamos. Si por “nacionalismo” un hombre quiere decir “patriotismo” en el sentido usado en esta conferencia , no puedo quejarme.

Una patria suele implicar una nación, y todo está bien. Pero si por nación queremos decir una unión meramente lingüística o geográfica, entonces una patria puede incluir varias naciones. Solamente tenemos que pensar en el Imperio Austro-Húngaro, heredero del Sacro Imperio Romano, y último imperio católico en el mundo. Un nacionalismo racista lo destrozó, y lo que era una patria magnífica unida bajo el escudo del águila bicéfala de la Casa de los Austrias llegó a ser un puñado de países que simplemente no tienen sentido histórica o geopolíticamente. Y el liberalismo del presidente Wilson, el liberalismo de Clemenceau y el liberalismo de Orlando, mató a este último baluarte de una política católica y tolerante a la vez.  [Es interesante notar que el caso del último Emperador de Austria y Rey de Hungría, Carlos, ha llegado al Vaticano. Existe la posibilidad de que la Iglesia lo declare santo. Los trámites eclesiásticos ya están en marcha. Sería un fin muy bello para una tragedia llevada a cabo por un liberalismo anti-católico que exigió que el joven emperador-rey muriera de una tuberculosis encontrada en una isla absurda en el centro del Atlántico, donde el liberalismo lo había desterrado. Sus últimas palabras en oración, las pronunció en alemán, el idioma de su familia, de su patria austríaca, y en latín, el idioma de su patria más allá de este mundo].

Si el liberalismo y el comunismo tienen algo en común, podemos encontrar esta comunidad  en su odio a todo lo católico. Y ya que la hispanidad –y todos los patriotismos diversos pero unidos del mundo hispánico-tienen como base y centro una adhesión corporativa a la Fe Católica, el liberalismo y el comunismo encuentran su enemigo número uno –en un plan político- en el mundo hispánico. ¡Argentinos, queridos amigos, cuidado! Los enemigos, en verdad un enemigo con dos caras- están por encima de vosotros y en los años que vendrán, los últimos años de este siglo tan trágico, tendréis que luchar hasta con los dientes a favor de vuestra propia existencia. Pero la lucha vale la pena, ya que la victoria corresponde a Dios y sólo a Él, pero la lucha, eso sí, nos pertenece a nosotros mismos.+