miércoles, 16 de noviembre de 2016

LA EVOLUCIÓN DE LOS CUERPOS INTERMEDIOS
Federico  D. Wilhelmsen
SU PAPEL EN LA HORA ACTUAL

C
uando hablamos de los cuerpos  intermedios tenemos que distinguir, según mi criterio, entre dos cosas:

1) Cuerpos intermedios como realidades históricas
2) Cuerpos intermedios como Doctrina Social de la Iglesia.

      Esta ha sido una doctrina elaborada a través del último siglo y medio, mientras que aquella fue una realidad palpable en la cristiandad medieval. Lo que me gustaría hacer entonces es lo siguiente: en primer lugar vamos a mostrar en líneas generales la evolución histórica de los cuerpos intermedios, y luego en segundo lugar  vamos a indicar la vigencia  doctrinal  que éstos tienen para nuestra sociedad actual occidental.
      Aunque las formas de gobierno a saber: Monarquía  Aristocracia, tienen una historia mucho más larga que la del cristianismo, no podemos decir lo mismo respecto a los Cuerpos Intermedios. Son instituciones netamente representativas y libres que emanaban de un siglo exclusivamente cristiano.
      La caída del Imperio Romano a través de un proceso largo de degeneración interior y de ataques bárbaros desde el exterior produjo en el continente europeo un vacío enorme; no debemos olvidar  el hecho de que el Imperio Romano constituyó toda la civilización occidental de aquel entonces. Era un Estado cabalmente centralizado  y unitario en los últimos siglos de su existencia cuando se encontraba amenazado por las tribus bárbaras y germanas. La vida romana estaba organizada de la cumbre hacia abajo; de suerte que todos los detalles de la industria y del trabajo pertenecían a una  burocracia gigantesca cuyo jefe era el mismo Emperador Romano, primer soldado de la civilización.
      Desde el siglo III después de Cristo, el Imperio era más una fortaleza que una sociedad, era más un ejército organizado para la defensa de una sociedad que una sociedad política. Podemos ver esto fácilmente. Ningún artesano podía cambiar su oficio, ningún socio de un gremio o sindicato podía subir o bajar en la vida. El Estado romano llega a ser  como absoluto simplemente dedicado a la necesidad de luchar contra el enemigo; la barbarie. La caída del imperio produjo un vacío enorme en Europa, el Estado Romano desapareció y lo que había sido un continente organizado y administrado desde un centro político  volvió a ser nada más que polvo de tribus más o menos cristianas cuya vida política era la del clan y la de la sangre.
      Con la cristianización del continente europeo un fenómeno nuevo en la historia del occidente ocurrió, a saber: debido a la desaparición del Estado central romano que antes había legislado todo, hasta los detalles más íntimos, más mínimos  de la vida, los hombres tenían que gobernarse a sí mismo a la fuerza; no había otro remedio. El nacimiento de las instituciones autónomas y libres de la Edad Media  no era la consecuencia de la una teoría política sino de una necesidad impuesta por las circunstancias de la vida. Los pueblos europeos todavía no autoconscientes de un sentido fuerte de la nacionalidad tenían un ejemplo del autogobierno en las órdenes religiosas, en los grandes monasterios de los benedictinos que formaron comunidades de monjes que procuraban para los suyos todas las necesidades de la vida. Los pueblos  nuevos no podrís mirar hacia el Estado, porque el Estado, tal como entendemos  la palabra hoy día no existía; no había Estados, había reinos, eso sí. Pero el poder real era débil y los requisitos para gobernar a los hombres eran escasos.
      Repito la tesis porque es sumamente importante para entender el papel social y político de los Cuerpos Intermedios: el Estado no regaló a los pueblos  una serie de instituciones autónomas intermedias, por no existir el mismo Estado. Los hombres desde abajo creaban  los cuerpos sociales de la nada.
      Si la libertad humana
 se une estrechamente con la responsabilidad, podemos decir que la libertad occidental
 nació en aquel movimiento histórico cuando los pueblos europeos, espontáneamente y sin ningún mandamiento desde arriba, organizaron  su propia vida social y corporativa, alrededor de una red de  organismos que engarzaban todas las dimensiones de la existencia humana.

 En cuanto al espacio y al tiempo, el Municipio puede considerarse como el enlace entre las familias individuales y los demás organismos que estaban naciendo a la vez. Los campesinos en aquellos siglos no solían vivir en casas aisladas sino en   aldeas concentradas generalmente en un valle, organizando la vida política del mismo Municipio, según costumbres y leyes que emanaban, podríamos decir, del mismo suelo. Cada aldea tenía una constitución política pequeña, y ninguna de esas constituciones se identificaba con otra. Había una variedad casi infinita
  dentro del Municipio que dependía de un señor feudal hasta el Municipio totalmente liberado de cualquier enlace con el feudalismo. Si el Municipio crecía  debido a la necesidad de que las familias resolviesen  sus problemas comunes según una red de costumbres y leyes, según una constitución generalmente no escrita, podemos decir algo semejante de los gremios, semillas del sindicato moderno.
      Unos historiadores fechan el nacimiento del gremio o del sindicato en la ciudad de Oviedo en Asturias; para nosotros lo importante es el hecho de que los artesanos formaban una serie de organismos que tenían como meta una red de finalidades propias. Los gremios fijaron los precios de sus productos, dejando un nivel de excelencias para los mismos productos, establecían las reglas para atender a las viudas y huérfanas de sus socios.
 Cada gremio creaba un fondo para atender a los trabajadores enfermos. Así se mezclaba lo económico con lo social de suerte que ambos se casaban en un matrimonio feliz. También los gremios gozaban de un papel religioso ya que la intensidad con la cual los hombres vivían la fe, en esos siglos, hacía que los gremiales dedicaran sus oficios a un santo, a una virgen, y así el mismo trabajo se sacramentalizaban. Por muy dura y áspera que fuese la vida, los hombres de trabajo habían unido, casi espontáneamente lo económico, lo social y lo espiritual.  Las cofradías a veces eran los mismos gremios.
      Una evolución paralela se dio en el campo de la educación. La Universidad es una Institución puramente cristiana y católica en cuanto a su nacimiento. En la antigüedad había academias y colegios, pero ningún cuerpo de profesores y alumnos donde se concentraba  toda la ciencia en un lugar determinado. El desarrollo de la Universidad con su estructuración  en facultades y por grados de competencia, empezando con el bachiller medieval hasta el doctorado, pertenecía casi exclusivamente a la Iglesia. Baste decir aquí que cada Universidad se autogobernaba según una serie de reglas que emanaban desde dentro de ella, y el prestigio de la Universidad era tan enorme que los mismos reyes solían pedir su opinión sobre asuntos que tocaban la ley natural o el derecho natural. Y esos mismos reyes nunca se lanzaban a aventuras sin haber conseguido el consentimiento de las Universidades. El poder real en aquellos tiempos  siempre débil en comparación con los antiguos emperadores romanos y con el poder de los Estados Modernos encontraba un freno contra cualquier tendencia hacia la tiranía, en las Universidades, los Gremios y los Municipios. El poder real tenía que pactar con la sociedad, ya que la sociedad no era la relación con un gobierno centralizado y tampoco era una mera extensión de ella. La sociedad se organizaba, como estamos viendo desde  dentro de su propio meollo. Por lo tanto el poder político, generalmente monárquico en esos tiempos, tenía que dialogar con la sociedad a fin de conseguir sus propias metas.
      Aquí tropezamos con el tema famoso  de los fueros y de las libertades concretas de los Cuerpos Intermedios. Creo que podemos acercarnos a este problema dándonos cuenta de que el sentido de la ley en los tiempos de desarrollo de los Cuerpos Intermedios tuvo muy poco que ver con lo que hoy en día llamamos Legislación. La legislación generalmente se limitaba a interpretar una ley ya existente en la comunidad. La ley era entonces foralista. La ley y el fuero apuntaban a una misma cosa. Cada región y cada reino gozaban de una multiplicidad enorme de leyes y de derechos, a saber fueros,  que tenían que ver por un lado con la justicia y por otro lado con el autogobierno, y podríamos añadir con los impuestos también.
      A veces escritos y a veces no, los fueron nunca tenían un carácter unívoco. Al contrario manando de suelos históricos diferentes los fueron unos espejos de personalidades corporativas y sumamente concretas.  Por ejemplo, los fueros de Castilla no eran los fueros de Aragón, y los fueros de Aragón no eran los fueros de Navarra y los de Navarra no eran los de, vamos a decir, Polonia. Los mismos reyes reinaban y gobernaban según sus fueros y a menudo se sentían oprimidos por la autoridad masiva que pertenecía a esta serie de leyes, costumbres y derechos.  Ahora bien, precisamente aquí, en este desarrollo de la pluralidad de instituciones autónomas, el hombre  occidental encontraba su libertad política. Por primera vez en la historia podemos decir, creo yo, sin exageración, que la libertad nació dentro de esa red de Instituciones Autónomas. La libertad quiere decir filosóficamente hablando dos cosas: en primer lugar la libertad de desarrollarse; en segundo lugar la libertad de escoger entre alternativas y sobre todo entre alternativas en caso de un conflicto de intereses. Si el hombre católico de la antigua cristiandad  hubiera pertenecido  solamente a una institución, podría haberse desarrollado dentro de ella, ya sea gremio, municipio o lo que fuere, pero no habría gozado de la segunda libertad, la de escoger.  Pero la misma persona –y aquí tenemos la clave, creo yo, de la libertad de escoger- pertenecía a varias instituciones y  sociedades: a la familia, al municipio, al gremio, a una región o reino con sus propios fueros, etc. Debido a esta institucionalización  múltiple o plural, la persona podría escoger en caso de conflicto entre dos o más instituciones. Si el gremio o el municipio –vamos a poner un ejemplo-, la persona concreta por pertenecer a ambos organismos podía escoger entre ellos.
      La Libertad política no nació con el sistema de partidos del liberalismo del siglo XVIII y del siglo XIX, libertad no quería decir libertad de escoger  entre partidos sino  de escoger entre intereses en conflicto por parte  de un hombre que se había incorporado a las dos o más instituciones que representaban los intereses en cuestión. El ejemplo más dramático de esto era la controversia entre el Imperio Romano y la Iglesia. Debido a ser sujeto de la  Iglesia y del  Imperio, el hombre simplemente tuvo  que escoger entre ellos cuando el famoso conflicto se presentaba. Siempre había conflictos en el orden jurídico y sería un sueño imaginar que un orden político cristiano podría existir sin conflictos.  El orden político cristiano no es ninguna utopía, sino la estructura política y social que mejor integra todas las dimensiones de la vida humana: dimensiones que a veces estarán en conflicto.
      De este conflicto nace lo que debemos llamar libertad política,  entendiendo por ella, no la libertad de desarrollarse (la primera libertad), sino la de escoger entre alternativas. Ahora bien, hablamos hoy día de los Cuerpos Intermedios y solemos pensar que se sitúan entre la persona, por un lado, y el Estado por otro. Nuestra manera de conceptualizar el asunto  no corresponde a la evolución histórica de esos organismos. Y no corresponde porque durante la etapa de evolución  de estas instituciones el Estado moderno, como ya he explicado, simplemente no existía.  El Estado no otorgaba  a la comunidad un grupo de organismos autónomos, porque no había Estados sino reinos o repúblicas que constituían el poder político.
      Poder político no se identificaba  con la autoridad como ahora, debido a las consecuencias del absolutismo francés y de la Revolución Francesa, la autoridad pertenecía en primer lugar a Dios  y a su Ley, cuyo representante en la tierra era la Iglesia. La autoridad, en segundo lugar, pertenecía a los mismos cuerpos, llamados hoy en día Intermedios. El Gremio era la autoridad para todo lo  que tuviera que ver con el gremio. El Municipio era la autoridad para todo lo municipal. La Universidad era la autoridad para todo lo científico. También los mismo fueros disfrutaban de una autoridad “sui generis” y cualquier Rey que tratara de violar a los fueros perdía su legitimidad. No de origen, pero sí de ejercicios, según la distinción tradicionalista. Poe eso el poder político  pactaba con el pueblo en aras de cumplir con su deber, el Bien Común, en cuanto a la justicia por dentro y la defensa por fuera.
      Podemos ver el asunto más fácilmente, creo, si nos damos cuenta de que la misma sociedad estaba tan fuertemente institucionalizada y autogobernada que el papel del poder político o de los que llamamos hoy en día, poder central, era muy limitado. El poder sí era uno, pero esta unidad política se encontraba dentro de una comunidad que lo necesitaba solamente para la interpretación de la justicia, para la resolución de conflictos e intereses y para la defensa contra enemigos de afuera.
      Nadie puede decir con certeza cual habría sido el desarrollo occidental y por lo tanto de las instituciones autónomas, si tres factores nuevos no se hubiesen intercalado en la historia de occidente. Después de la evolución orgánica desde la caída del Imperio Romano hasta el siglo XV (mil años) esta red de instituciones  autónomas y libres murió de repente. Más bien tres factores asesinaron los organismos representativos de la antigua cristiandad y así produjeron la crisis perpetua  dentro de la cual el occidente ha venido a dar durante cuatro siglos.
      Estos tres factores fueron:
1)      El nacimiento del Estado absoluto. Primeramente de hecho en Francia con el absolutismo borbónico y con la teoría de Juan Bodino.
2)      El nacimiento del capitalismo liberal respaldado por el calvinismo protestante.
3)       La revolución industrial.
      Si queremos localizar el papel potencial de los Cuerpos Intermedios en la sociedad actual tendremos que darnos cuenta del daño enorme hecho a la cristiandad por estas tres causas.
      En primer lugar el nacimiento del Estado absoluto. Yo he hablado de  una manera formal de esto en una de mis conferencias aquí en Buenos Aires. Baste decir simplemente en ésta que el crecimiento del poder real en Francia, primeramente, y luego en todo el continente hizo desaparecer a todas las instituciones sobre las cuales ya he hablado. Momias desangradas y despojadas de vida propia. El Estado centralizaba no solamente todo el poder, sino que toda la autoridad dentro de ella. Así, destrozando  toda la autonomía de la sociedad, reduciéndola a un terreno enorme administrado desde la capital. Reduciéndola a un desierto enorme sin vitalidad propia. Lo que empezó el absolutismo borbónico, la Revolución Francesa y liberal lo  continuaron. Las regiones, primeramente en Francia, luego en España y en todo el mundo latino perdieron sus antiguos fueros y se redujeron a meras entidades administradas. Los gremios o desaparecieron o se  marchitaron hasta llegar a ser reliquias pintorescas de una edad ya muerta.
      El Estado liberal simplemente se apoderó de las Universidades en un robo gigantesco. Los bienes municipales pasaron al Estado para terminar en las manos de una clase nueva de burgueses. Lo que pasó era un levantamiento en masa de los ricos nuevos contra los pobres.  Así defraudada y desilusionada, la nueva masa amorfa llegó a ser la víctima de la propaganda marxista.
      En segundo lugar, el capitalismo liberal nació en Inglaterra y en Holanda, hasta cierto punto en Francia, Italia y más tarde en España y la  América hispánica. El capitalismo liberal es la consecuencia directa del calvinismo protestante. Calvino había predicado que la gran masa de los hombres está predestinada al infierno. Dios señala a los pocos salvados, un puñado de santos, a través de unos signos o símbolos. Los calvinistas interpretaban a su maestro en un sentido capitalista, a saber: los santos son los hombres que han obtenido un éxito material en la vida. Por eso, el capitalismo ya nacido en Europa antes , recibió la escuela que necesitaba para desarrollarse. Sellada con una aprobación carismática, mesiánica, la nueva burguesía aliada con el Estado absoluto nuevo, concentraba en todo lo posible la riqueza del continente  en sus manos. Este dinamismo liberal y calvinista se compaginaba perfectamente con lo que el Estado absoluto estaba haciendo. Todo trabajaba en unión para que la antigua estructuración de la sociedad desapareciera.
      Si Inglaterra hoy en día es un país de parques preciosos, y lo es, se debe al hecho de que estos parques había sido la tierra de campesinos libres en el pasado, ahora convertidos en jardines y en campos de caza para una nueva clase que simplemente robó el país de sus antiguos dueños.
      En España, por poner otro ejemplo, la cuarta parte de la tierra pasó en un año, en el siglo pasado, de la Iglesia y de los Municipios a las manos del liberalismo nuevo. Me refiero a la famosa desamortización de Mendizábal, masón.
      En tercer lugar estalló una revolución industrial. Si esa revolución se hubiera desarrollado a través de la estructuración católica de la cristiandad antigua, viviríamos en un mundo radicalmente diferente hoy. La máquina es un instrumento, ¿verdad?, nada más. Pudiera haber evolucionado en aras de un perfeccionamiento del empresario pequeño así como del grande. La Revolución Industrial pudiera haber encajado dentro de una sociedad no capitalista-liberal; pero nunca debemos olvidar que el liberalismo  ya se había apoderado del Continente Europeo antes del comienzo de la revolución industrial a fines del siglo XVIII.
      Por eso la clase liberal-capitalista-calvinista, y masónica en gran parte pudo apoderarse de la técnica nueva en aras  de sus propias metas. Decir que una sociedad llena de proletarios es el precio que tuvimos que pagar para el progreso técnico es simplemente una mentira.
      Ahora bien, la Iglesia Católica lanzó su doctrinas social sobre el papel imprescindible de los Cuerpos Intermedios en el siglo pasado, empezando con León XIII. En la Edad Media el contenido de esta doctrinas era menos doctrina que vida, como ya hemos visto, pero la formulación nueva de la misma realidad tuvo que tener en cuenta la existencia del Estado moderno. Lo que la filosofía política y social de la Iglesia exige en una palabra, es que el Estado devuelva a la sociedad lo que el mismo Estado robó a ella, a través de cuatro siglos de latrocinio, ni más ni menos.
      Por eso, la doctrina papal encuentra su cetro dorado en el principio de subsidiariedad. Este principio, la espina dorsal de la doctrina social de la Iglesia, tal y como aquella doctrina  se ha desarrollado a través de las Encíclicas aparece en “Quadragesimo Anno” como el más importante principio de la filosofía social. Se puede formular la idea central de subsidiariedad con estas palabras: “Todo lo que pertenece a una sociedad o grupo inferior debe ser ejecutado por el grupo en cuestión, a menos que éste no pueda hacerlo. En tal caso la sociedad inferior precisa de la ayuda de la sociedad inmediatamente superior a ella. Lo que se aplica a la familia en cuanto a sus relaciones con las  sociedades superiores a ella se aplica también dentro de la misma familia.  El padre no debe asumir las responsabilidades de la madre, a no ser que ella no está en condiciones para desempeñarlas.  Los padres no deben asumir las responsabilidades de sus hijos, siempre que ellos tengan la madurez necesario para llevarlas a cabo.
      Este principio contiene dos componentes; por un lado la libertad, por el otro la solidaridad.
      A la libertad pertenece la primera parte del principio. El grupo superior debe abstenerse de hacer lo que el inferior puede hacer libremente. Una intervención aquí haría que la voluntad y la responsabilidad, condiciones para el ejercicio de la libertad, se marchitasen. Tal intervención reduciría  al hombre al nivel de un esclavo. A la solidaridad, segunda parte  del principio,  pertenece lo positivo, el grupo superior debe intervenir cuando el inferior no puede hacer lo que por naturaleza le atañe.
      Para poner un ejemplo: una sociedad que permitiese que el hombre muriese en la calle por no tener trabajo, pecaría gravemente contra la justicia, pero esta solidaridad de hombres y  grupos    no se restringe a una incapacidad, incluye también lo que pertenece por naturaleza a un  grupo. Por ejemplo: no es propio de la familia defender la ciudad, donde tiene su casa y sus bienes, este trabajo pertenece a una organización superior: el Ayuntamiento, pero, ojo aquí, el principio no tiene nada que ver con una eficacia puramente técnica. A menudo un organismo superior puede hacer el trabajo o cumplir con el deber de un organismo inferior, mejor que él.  Esto no tiene importancia alguna, según la doctrina de subsidiaridad; si lo tuviera caeríamos en una tecnocracia fría. Con tal de que el organismo inferior pueda desempeñar su papel aun con menos eficacia técnica, el organismo superior no debe intervenir en absoluto. Como el gran pensador católico inglés, Chesterton escribió: “Hay muchos hombres que podrían organizar mi casa mejor que yo, pero eso no quita ni mi libertad ni mi responsabilidad para con mi propia casa”,
      En una palabra el principio de subsidiariedad no tiene nada que ver con la eficacia técnica sino con la libertad y con la solidaridad.
      Ahora bien cualquier instauración del papel de los Cuerpos Intermedios exige su institucionalidad política. Aunque el Estado moderno si tiene  la obligación como ya he dicho de devolver a la sociedad lo que es propiamente suyo, no puede hacerlo simplemente lavándose las manos y abdicando su responsabilidad para con el bien común: al contrario, debe deshacer lo malo de estos últimos siglos a través de compartir la responsabilidad pública con organismos intermedios que de verdad han salido desde abajo. Cualquier éxito en el futuro para los Cuerpos Intermedios necesita una espontaneidad creada dentro de la  misma sociedad. Tenemos delante de nosotros el ejemplo medieval. El éxito enorme de las instituciones  autónomas en aquel entonces, manó precisamente de su carácter espontáneo.  El Estado puede fomentar un ambiente propicio para la instauración política de estos organismos, empezando desde la familia, pasando por el Municipio, el sindicato y terminando por la región o la provincia con personalidad propia, con fueros.  Lo que el Estado nunca debe hacer es instaurar desde arriba, ahí tenemos el camino hacia el fracaso. Tal acción quitaría el carácter espontáneo, democrático podríamos decir, popular, sin el cual los cuerpos intermedios nunca podrán funcionar. Lo que estoy diciendo no va a ser fácil de actualizar,  por un lado necesita un gobierno cauteloso del poder enorme heredado por la Revolución Francesa, por el otro lado necesita de hombres con iniciativa y responsabilidad cristiana.
      La etapa del desarrollo de la técnica de hoy está llevándonos hacia una etapa de descentralización de la industria y en el orden social. El mundo ha llegado a un punto tan centralizado, que no puede ir más allá en el mismo camino. La técnica misma, sobre todo la técnica nueva basada no en la máquina sino en la electricidad, está haciendo que las empresas y hasta los mismos gobiernos se descentralicen. Por lo tanto los gobiernos y los hombres, con tal de que sean cristianos de verdad, puede contar con la técnica en cualquier intento de instaurar una red de organismos libres y autónomos. Además la tendencia hacia la masificación en el mundo de hoy, puede frenarse debido a la misma técnica nueva. Estamos viviendo, entonces, en la última etapa del liberalismo centralizado: o vamos al caos, o vamos a una estructuración nueva del Occidente Cristiano.
      La Edad Moderna está acabándose, tal y como el Imperio Romano se acabó en el siglo V. Hay dos posibilidades para la civilización occidental: o esclavitud marxista que prolongaría de una manera reaccionaria la agonía del estado liberal, o un florecimiento nuevo del principio que tiene un valor eterno. Hay un refrán viejo que simboliza el orden público cristiano: “in necessariis unitas, un dubis libertas, in ómnibus caritas” –en lo necesario unidad, en lo contingente libertad, en todo caridad-. Para conseguir esa armonía de unidad, dentro de diversidad en los pueblos hace falta reconocer que  el centro de la autoridad no se encuentra en el Estado, tampoco en el pueblo, sino en Dios, por su Hijo Cristo, único soberano del orden social.+




Federico D. Wilhelmsen