viernes, 23 de diciembre de 2016

¡¡¡ Navidad !!!
“Gloria a Dios en las alturas y paz a los hombres de buena voluntad”

Retiro de Navidad dado por el Padre
Mario José Petit de Murat
E
l Niño nacido en medio de la noche es el misterio final de la Redención. Todo lo demás, todas las purificaciones, las propias y las otras, aquellas que nos vienen de Dios, son sólo medios para llegar a descubrir esto: el Niño que se da es el misterio de la Recompensa. Es la expresión más cabal del amor de Dios a nosotros.
      
       Estamos en un mundo muerto que nada puede darnos. Todas las cosas nos claman por vida. Dios nos creó y nos lo ha dado todo de tal manera lo ha puesto todo en nuestras manos, que se da Él mismo a nos, para que nosotros lo re-creemos, dándole lo único que a Dios podemos darle: Dios mismo.

      Somos el único núcleo viviente en la tierra porque sólo nosotros tenemos espíritu. Ningún otro ser puede contener a Dios: ni los animales, ni las plantas y menos todavía los cielos materiales, porque no tienen alma. Por eso descansó el séptimo día después de crear al hombre, porque ya tenía lugar de reposo.

      El Niño nos muestra la calidad del amor divino. No es dureza, por eso no se muestra tirano. No es  juicio, por eso no se muestra como juez. No es soberanía, porque no lo vemos como rey que se impone. Es una cosa blanda, tan suave, tan entregada a nosotros como un niño. Así se dará Dios a nosotros en el cielo, para que lo abracemos. Como el niño se adapta al regazo de su madre, así se dará Dios a nosotros.

      Tenemos que llegar por las virtudes y las purificaciones a ser nuevos en el seno de Dios. como los Reyes, sin trazar moldes ni caminos, que Dios tiene sendas distintas para cada alma; lo único que tenemos que cuidar cada día es el deseo de perfección. “He venido porque eres varón de deseos”, dijo el ángel a Daniel. Labrar cada día como una joya a nuestra “única”, que tiene que engarzarse en la Jerusalen celestial como una piedra preciosa. Cada día que amanece es la  inmensa oportunidad de ser mejores.


     
      No basta encontrar a Dios en la Cruz y en la Resurrección. Tenemos que descubrirlo en el Pesebre, en ese Dios necesitado de nosotros, entregado a nosotros como un niño pequeño. No temamos a Dios, es Él quien nos llama. Si hay tan pocas almas que amen a Dios, es porque se lo conoce como creador, y no como mendigo. Está en mi puerta y me pide le devuelva la honra. Está como ese niño abandonado en un umbral, sin nombre, esperando lo levante y lo nutra. Así está Dios. No lo temamos.
     
       No hay que escalar nada para encontrarlo, sino rendirse a ese amor que se da en silencio, dándonos todos sus poderes para que nosotros, hechos divinos, nos demos a Él y le devolvamos su gloria.
  
      Dice San Juan que no se puede amar a Dios por sí mismo sin amarlo en el hermano.
     
      Hasta hoy no pude comprender esto, pues me decía: “Cómo no amar a Dios en sí mismo, si es la cumbre de las aspiraciones de nuestra alma?”.
     
      Pero ahora comprendo: Dios invisible es algo nuestro, creado por nosotros a nuestra manera, con nuestra mentalidad humana, por eso es tan fácil errar y se ha errado tanto en esta concepción.
     
      Pero Dios es real y viviente y tenemos que encontrarlo en su trono que son las almas. Todos lo demás es espuma, decoración. ¡Cómo amará Dios las almas que ha creado estas maravillas para ellas! ¡Cómo las ama, con ese amor palpitante que es capaz de hundirse en el abismo y en la muerte para rescatarla! Aunque esté en el lodo, allí la buscará: Dios es amor. No es un frío orden del Universo, sino Amor, Sabiduría que sabe darse. Por eso, para enseñarnos se hizo niño.
     
      Ved esos Magos que corren a ver al Mesías ¡Qué desilusión hubieran tenido si no hubieran vivido de fe, al encontrar ese chicuelo en la paja! Si buscamos en nuestro hermano el brillo, mil veces se nos escapará el Niño, porque Él no brilla, ¡está en un pesebre! Está como un niño necesitado de ese jugador de football, en esa mujer que se cubre de lodo, en esa otra que nos parece poco inteligente. Porque toda alma es grande y nos necesita como un niño. ¡Qué maravilla encontrar a Dios como un gemido en las entrañas del hermano! Y cuanto más hundido está, más gime. ¡Cómo debemos sonreír y cómo debemos mirar para levantar! Nadie se resistirá si encuentra en nosotros esa dádiva de Dios.
     
      ¡Cómo está la humanidad! El hombre desconoce su grandeza, pisotea sus prerrogativas. Está tan embotado que no sabe lo que hace.  ¡El hombre y la mujer ya no son hombre y mujer! ¡Cuánta carne entremezclada y descompuesta!
     
      Pensemos que Jesús está aquí, ha venido expresamente a esta capillita para nos. En Nazareth estaba por dos: la Virgen y San José. Aquí, está sólo  para nosotros, y está para algo. Yo me encargo de José, pero ustedes tienen que ser María. María engendró a Jesús y el Niño creció magnífico en sus manos. Un grupo de ustedes tienen la dicha de estar en un completo silencio de adoración. Pero las otras, las que deben ir a los salones, deben ser una Presencia constante. Estoy aquí, sé lo que quiero, lo que pienso, lo que hago, y todo en un gran reposo. El hombre es soberano de todas las cosas.
     
      Todas fueron creadas para  él, y debe usarlas como soberano y como dueño, jamás como mendigo, ya que ellas nada pueden darle.
     
      Un gran vigor–longanimidad,  que tanto falta en estos días. Los santos atravesaban por pruebas tensas, prolongadísimas, sin desfallecer, manteniéndose íntegros, serenos. Cuando el agua llegue hasta el cuello, que no  cubra la cabeza. Mantener la paz.
     
      Olvido de sí mismo. Los Reyes eran reyes y olvidaron sus reinos para correr por el desierto, al Pesebre. Si soy susceptible es que todavía soy esclavo.
     
      Mirar cada día con simplicidad a Dios y ver lo que quiere de nosotros. Ser una pupila límpida, potente.

E
l día se caracteriza por un despertar de todo a la vida La aurora es un levantarse a la variedad. Con el sol se levanta y vida en sus más variadas manifestaciones. Estamos  en medio de ellas; por eso nos pueden absorber las cosas pequeñas, aún en el orden espiritual.
     
      En la noche, cuando todo calla, el hombre puede palpar su alma. La noche es eminentemente espiritual.  Es esa danza de estrellas que son música y ese canto del agua que sube en el silencio.
     
      En el alma, el día es la multitud de deseos que se encienden. La pasión es el resultado del torbellino de las cosas en nosotros. Las cosas exteriores no nos dañan jamás, sino las pasiones que se levantan a su contacto cuando les abrimos las puertas de nuestra alma.
     
      Cuando todo se aquieta, y aún la imaginación se ha apagado, aparece el esplendor de una noche radiante. Noche llena de luz. Los animales quedan no sólo sometidos, sino entregados. Por eso el Niño nace en la noche. Cuando las cosas oscurecen vemos al que está cerca de nos. Está esperándonos allí, en lo más íntimo de nuestra alma, en esa alma aterida que no conocemos. ¡Si supiéramos lo que somos jamás nos derramaríamos en las criaturas!
     
      Es por eso que el punto final es el Pesebre.
     
      La Redención es, en resumidas cuenta, una labor de la Gracia para devolvernos a nosotros mismos. Nos hemos disminuido tanto, que ha sido necesaria la venida de un Dios para rehacernos. ¡Cómo nos disminuimos en un recelo, en una susceptibilidad! ¡Un apego cómo nos disminuye! Cuando amamos cosas muertas vamos a la muerte. Si amamos a Dios nos acercamos a  Dios. Es por eso que un Dios tuvo que padecer, porque era algo muy grande que se había perdido.     
     
      No somos ni tristeza, ni ira, ni sensualismo. Todo lo puso Dios para servirnos, no para servirlas.
     
      Allí no somos nosotros. Nosotros somos mucho más que lo temporal. Todo esto pasará, pero nosotros permaneceremos. Este enjambre tarda en desaparecer para que se haga la noche clara. Cuando lleguemos a esa noche, veremos que es oscura, porque no se ven las cosas concretas, pero es luz porque vemos que hay una realidad frente a nos. Hay que vivir la fe. Antes obedecíamos la fe.  Decíamos: Haré esto, aquello, porque el Señor lo ha mandado. Pero ahora gustamos la fe. Aquella misma obediencia nos llevó a ello. Ya no nos movemos por las virtudes sino mediante la Gracia. Por la Gracia la inteligencia convirtió los apetitos en animales sumisos. Luego la misma inteligencia se rinde a los dones  de la Gracia y ésta sola actúa y reina. Es la noche en que todo se aquieta y se ve la unidad. El hombre oye el vagido de ese Dios Niño en el centro de su alma. Estaba allí gimiendo fervoroso mientras lo buscábamos fuera. Cuando llegamos a ese encuentro, el alma reposa siempre. No se fatiga nunca, aun en medio de la mayor actividad, porque todo lo hace obedeciendo a Aquel que está dentro. Simeón llevaba al Niño en sus  brazos, pero el Niño conducía a Simeón.
     
      En el Niño está la plenitud de Dios, como una dádiva de Dios, como una resurrección: Dios quiere hacernos dioses.
      
      La más pequeña de las gracias, es mayor que todas las concupiscencias, es suficiente para re-crearnos. Cada día dejarse renovar y estar lleno de alegría.
     
      Cada virtud que avanza da una nueva alegría y una nueva gracia. No descuidar la fortaleza para estar de pie en esta reconquista. Levantarnos cada mañana para trabajar esa gracia. Entonces llevaremos a todos lo que el mundo no puede dar.

H
ay dos apreciaciones de la Fe. : el obedecer porque el Seños habló y  el alcanzar la posesión de la Fe, que es presencia de lo que amamos. Lo poseemos no sensible, sino espiritualmente. El gran descubrimiento es que Dios no está en el cielo sino en nos, en medio de la noche, cuando los animales duermen y los pastores velan: Nuestra pupila y nuestra voluntad que velan. Allí descansa, reposa.
     
      Las notas del cristiano son: Primero un gran entusiasmo: nada le arredra, cada día amanece. La vida no lo hiere porque las pasiones están sosegadas. Es creador con Dios. Crea con la sonrisa que dirige a quien lo hiere.  Crea con la paciencia con aquel que lo molesta. Es la eternidad misma que fluye de aquella criatura. Es nueva siempre.
    
       Cada día digamos: ¿Qué quieres hoy de mí?
     
      E imitemos al molino que siempre mira cara a cara al viento. Tiene una sensibilidad, está siempre volviéndose a él. Nosotros, pongámonos de cara al viento de Dios. No esperemos caminos trazados. Las cosas pequeñas de todos los días: asistir a nuestro hermano  en donde está, sin preocupaciones. ¡Cómo pueden existir cristianos preocupados! Si Dios cuida de nosotros ¿Qué podemos temer? Todo pensamiento que se repite es nocivo, no se mueve, es muerte. Poner las cosas en Dios y esperar, al día siguiente surgirán luces nuevas. Ser esas criaturas vigorosas, serenas. ¿Qué es la tribulación de hoy? Pasará como pasó la de ayer, y yo permaneceré.
     
      Cada día ser virgen. En el alma no tienen que entrar las cosas que pasan.
     
      En el cristiano no hay padecimientos de muerte, sino de alumbramiento: “Si abrazo esta cruz, hago brotar flores. No sé donde, pero sé que el algún lugar, quizá en la remota China, se encendió una luz”. Desde este rincón podemos estar sosteniendo al Papa.
    
       La Cruz es festiva, advenimiento de vida, porque Cristo nos visitó allí. Aceptémosla sin reparos. No digamos: “Aceptaría esta enfermedad, pero es que trae molestias a mis hijos…  aceptaría esta pobreza, pero hace sufrir a toda la familia,,,”. Cristo la aceptó. ¡Y vean ustedes los trastornos que significaba para la Santísima Virgen y los Apóstoles! Mis pensamientos no son tus pensamientos, y mis caminos no son tus caminos “ (Isaías).
     
      ¡Qué júbilo trae la eternidad incoada en nosotros. Como lo repite Cristo: “Os he dicho estas cosas para que vuestro gozo sea cumplido y nada pueda arrebatároslo”. Para eso vino.
     
      Muchos creen que la Resurrección es tristeza. No comprenden que si hay cruz es para llegar a la resurrección.
     
      Somos el asiento de Dios, el reposo de Dios ¡entiéndanlo! Cuidad el júbilo que es el síntoma que Dios está en nosotros. Eludid la tristeza que es abatimiento, que es comienzo de la desesperación, el más grave de los pecados. Es una blasfemia sentirse abandonado. Es blasfemia el abatimiento.
     
      La tristeza ardiente y confiada, el ruego, el reproche por los pecados, le gusta mucho a Dios, pero no el abatimiento. No tenemos que ofrecer a Dios nuestros consuelos: estos son dones de Dios a nosotros. Nuestras miserias son para Él, nuestras sequedades, nuestros pecados para perdonarlos.
     
      La segunda dote del cristiano, del que recibió al Niño que reposa en él, es la sencillez. Cuando Dios invade esa criatura lo armoniza todo de tal modo, que todo parece una unidad, todo es dócil al espíritu.
       
      Es lo que ansía el mundo. Hoy Juan se llama ira, luego gula, luego indigestión. ¿Donde está Juan? Hoy lo atrajo tal comida, luego tal paseo: cine, reunión. ¿Dónde era Juan?
     
      En cambio el santo permanece en la unidad, en la vida, en la mansedumbre. Las almas se pegan como moscas, es un alivio, una bendición para todos. Si hay un problema, él dará soluciones justas; si tristeza, levantará los ánimos. Las cosas se entregan porque allí  pueden beber.
     
      Estas dos cosas no son virtudes, sino fruto de la virtud ¡Cómo reposan las cosas en la sencillez!
     
      Y como corona poseemos lo que hubo en los ojos de Jesús; aquello que no pudieron quitarle los fariseos. Lo que hubo en la Virgen, que no contestó a la ira con la ira. Lo que hubo en los mártires: la Paz, corona de todas las bienaventuranzas.  “Bienaventurados los pacíficos porque serán llamados hijos de Dios”, (San Mateo).
     
      ¡Qué lástima que esta palabra esté tan gastada! La paz es una cosa tan preciosa que no debía tocarse. Los hebreos no se atrevía a nombrar directamente a Yavé, lo nombraban dando rodeos. Así, rodear la palabra  Paz de silencio, como una meta. Es Dios mismo y sólo se la conoce cuando se la gusta. Todos los trabajos de Cristo son para darnos el gozo y la paz. Paz activa que se da.
     
      Esta es la paz que enfurecía a los fariseos. No podían quitar a Cristo ese sello divino que atestiguaba su divinidad.  Se lo habían arrebatado todo, hasta su sangre, pero no pudieron arrebatarle la paz. ¡Y la Santísima Virgen! ¡Ver a su hijo ultrajado, abofeteado, maltratado por los soldados, y no perder la paz! ¡Ni una queja, ni un reproche se escapó de sus labios! Ustedes, las que son madres, pueden medir la magnitud de esa prueba.
     
      Tengamos esa paz activa, viviente, que no es detenida.
     
      Esa paz que más se destaca, cuando más quieren destruirla. Ser sal de la tierra. “Y la paz que excede a todo sentimiento guarde vuestras almas”.
     
      En la medida que tengamos paz somos señores,  andamos sobre las aguas, lo poseemos todo.

T
ratemos las almas con gran respeto, con suma reverencia. No han visto ustedes asomar a unos ojos esa mirada asombrada, incrédula que expresa: “¿Cómo me habla así?”, ¿No sabía quién soy?. Descubramos al Niño que gime desolado. El gime en cada pecador, aun en el más empedernido. Una cosa es la costra y otra es el alma, donde siempre el pecador gime. Vemos la carcajada y no el malestar, pero tarde o temprano se hará la luz y comprenderá que ese malestar provenía de su pecado. La Gracia prende en las almas más imprevistas.
     
      Nuestra misión es despertar con nuestra presencia. Estamos frente a las almas en un continuo llamamiento. Jamás juzgar. En cuanto menos pensemos, llamará Dios a las almas.
     
      Induzcamos con nuestro llamamiento a que sean lo que llamamos: “No crea, es un mentiroso”. Nosotros mismo lo estamos produciendo. No es Pedro sólo un mentiroso. ¡No! La virtud, como los defectos no están inmovilizados. Provoquemos el crecimiento de ese Niño enterrado, traicionado.
     
      En cada hombre, por gigantón, por terrible que parezca, hay un Niño que debemos descubrir. Más que malicia hay ingenuidad. Siempre el fondo es mayor que los defectos.
     
      Nada ha envejecido. Sólo las pasiones que constantemente están en acción. En cambio, el espíritu está nuevo, descansado, porque nadie lo usa.  Pero si lo ponemos en ejercicio, crece como un gigante. Tenemos inteligencia y voluntad, y la Gracia que puede mover montañas.
     
      El Cura de Ars  cambíó él solo una región de Francia. Todavía se nota allí su influencia. Tal es el poder de un alma llena de Dios. Lo mismo sucedió con el Cura Brochero en Córdoba.
     
      Hay que saber descubrir, ser un aliado del que está dentro. Si no encuentro el alma de tal persona tengo que cambiar de procedimiento, estoy en la costra.
     
      Es culpa mía que no encontré el resquicio para encontrar al Niño que está dentro.
     
      El que da alma recibe alma, el que da espíritu recibe espíritu, el que da pasión provoca pasión. La ira provoca ira.
     
      Si las cosas están muertas es que no supimos extendernos en el Pesebre.: “Cuidado que este es un antipático, con aquel que hace perder el tiempo”. El resultado es que  quedamos aislados y muertos.
      Nutrir a Cristo que está en nosotros. El mundo romano cambió con doce. Cambia el que es portador de espíritu.
     
      El pecador no se emplea todo en el pecado. El pecado es mucho menor que su alma. Siempre queda una región original. Nuestra misión es asistir esa bondad interna,  poner luz. Seamos palabra viviente que abra cauce, nutra, desarrolle ese germen que está allí. Mostrar que es posible su cumplimiento.
     
      El mundo y el demonio se encargan de desanimar: “¡Pobre muchacho! Eres joven, por eso tienes ideales, esas ilusiones: con el tiempo verás que es imposible cumplirlas”. ¡Y qué decir cuando se trata de vocaciones!... Eso es matar, abatir, desanimar.
     
      Nosotros, mostrar cómo pueden realizarse las cosas en todos los ordenes. Enseñar a las almas que son capaces de locuras. El hombre no nació para vulgaridades: Periodismo, comercio ¡no! Es constructor del mundo. Pero hoy todos se han hecho “prudentes”… Soltar amarras, romper con esa costra de grasa, de vulgaridades.
     
      Alentar con sensata locura. Locuras llevadas con gran sensatez… No es prudencia la mediocridad, sino el poner los medios para obtener las cosas del alma. Libertados por la verdad y la gracia, purificados, despertar, nutrir al Niño que está arrumbado en los demás: allí está Cristo ¡Es tan enamorado de las almas! “Si me amas ama a tu hermano. En la medida que lo reverencies, que lo creas capaz de grandeza, me encontrarás”.

L
a dureza no crea nada. El cristiano es poderoso porque tiene blandura que es lo único que tiene poder. Es como niño siempre dándose, es luz de todos los días.
     
      A este Jesús que está aquí, para nosotros, hay que comerciarlo. No enterremos nuestros denarios, hagámoslo producir. Se nos da Cristo y debemos dar a Cristo.
     
      La significación del Pesebre es un llamamiento a la humildad, Jesús se tiende en un pesebre y se da en comida a nosotros; el mundo es estiércol y nosotros nos hicimos animales.
     
      Humildad llena de deseo de perfección. La humildad es ponerse en manos del Padre Celestial. Sólo se es feliz siendo humilde.       

      El soberbio está perdido, nunca se satisface, es un abismo hambriento que nunca se sacia. Somos gigantes, y el apetito nuestro no puede saciarse con criaturas. Cuando así lo hacemos, somos el perro que quiere saciarse con las migajas que caen de la mesa del Padre, las que sólo aumentan su hambre.
     
      El humilde sabe que está dependiendo del Padre y descubre cosas que no puede explicar: la suntuosidad del universo que le sirve: ¡Qué decorados puso Dios que el hombre no puede imitar ni aproximadamente! ¿Qué terciopelos pueden compararse al suave césped de las praderas, qué cortinados al de los follajes que ascienden? Porque todo tiene un movimiento ascendente: un árbol es un incienso que asciende, atajado un instante por amor a nosotros; unos arabescos quebrados como la tala: otros erguidos en líneas simétricas. ¡Lo que es esa danza de alas, esa música interna con que el alba se levanta! El amor de Dios es ya un grito, y es el humilde quien lo percibe.
     
      El humilde sabe que nadie superará el amor divino, nadie le dará en este momento nada mejor que lo que Él le dará, sea cruz o privación , o lo que sea. Él está gestando algo grande. Así dio a su Hijo pasión y cruz.
     
      “Levantará al pobre del estiércol” (Salmo CXII). Al pobre. Al que es rico en sí mismo, no. Cada cosa material que tenemos, es un peso que cargamos, no nos dará nada y si hecha raíces en nosotros nos ahoga. Hay que tener como si no tuviéramos, con un completo desasimiento. Recibamos lo que nos da Dios como dádiva, sin desear nada. Todo lo apreciemos como don de Dios.
     
      Da ganas de quedarse siempre como cántico ante los dones de Dios. En Castilla tenemos la austeridad del desierto en esas rocas áridas, pero también la dulzura más grande en sus collados, y su cielo es una invitación a la pureza, pero los que están acostumbrados a blanduras, no comprenden su grandeza.
     
      Si hay dolor en el humilde, es el no poderlo encerrar todo: las montañas, las aves. el mar… ¡Cómo ama Dios! Dan ganas de decirle: ¿Fuiste un insensato!. Nadie ve tanta belleza desperdiciada, porque tienen los ojos cargados de concupiscencias.
     
      El amor es así. Ama tanto que regala cuando el amado ve y cuando no ve. Se profundizó el átomo y se encontró algo organizado, maravilloso como una flor. En todo nos espera Dios, hasta allí donde nunca llegaremos.
     
      Hombre que pone su esperanza en el hombre y pone su confianza en su brazo. Será como el terebinto en el desierto, que vendrán las lluvias y no le llegarán” (Jeremías). Así, el soberbio no comprende los dones de Dios que llueven sobre él, ofuscado en perseguir una quimera que quizá será su desdicha.
     
      El humilde ve que sus pecados no son juguetes. Ve que su pecado queda escrito en el  hombre y en Dios y que sólo se borrará con el arrepentimiento que desclava. Reconoce la profundidad de la malicia del pecado. Por sí mismo sólo merecía castigo, por eso le es regalo cualquier bien y es justo todo dolor. El fue fuente de destrucción y se hinchará de gozo ante cualquier don. El sufrimiento será refrigerio, al lado del infierno que no se cumple, porque un Dios se hundió en su abyección tocó  sus llagas, y del fondo de su herida sacó redención.
     
      Esta vida sin orillas de Dios lo invade todo y troca hasta la muerte en vida ¿Cómo no estar embriagados de felicidad? Se ve todo henchido, todo nuevo.
     
      Por fin, el humilde queda libre de sus buenas obras. Estas pesan cuando las anotamos. Matan, destruyen. Siempre esperando retribución, comienzan a vivir envenenados. ¿Sepulcros cargados de buenas obras muertas!
     
      El humilde sabe que la buena obra es normal. El naranjo cumple bien su función de dar azahares y naranjos. Así, si hable es lógico hablar bien, si escribo debo hacerlo bien; estamos hechos para el bien. El humilde siempre está nuevo; aquello pasó. Y está listo para comenzar de nuevo lo que Dios le pide.
     
      A nosotros nos toca ser cántico de gratitud en medio de la noche. Se nos da el Verídico, el Único, el Viviente, el Eterno que gime a las orillas de todo lo muerto, queriendo vivificarlo todo, llenando de delicias a los que lo aman y lo temen.

L
a humildad es el reconocimiento práctico de nuestra condición de criaturas de dependencia. No nos hemos hecho. Al engarzarse en su sitio de criatura, ve lo que es. Su Creador preparó su morada desde siempre.
     
      Al ser humildes nos apoderamos de los dones de todos, si necesitamos consejos iremos a quien pueda darlo; si ciencia teológica, iremos al teólogo. El soberbio se queda solo. El pobre va entrando en posesión de los bienes de todos; todo lo bueno de todos, lo atrapa.
     
      Muchas veces  la verdad nos viene por boca de los niños, a veces son verdaderas saetas de luz, y el humilde todo lo aprovecha. Dios puede visitarnos por los caminos más imprevistos. A veces el mismo enemigo nos hace más bien que el amigo, nos hablará de mal modo, pero quizá dirá verdades. Quedemos serenos ante cualquier modo para captar la verdad que puede ser provechosa.
     
      Una mujer, sobre todo, es muy sensible ante un mal modo y no reflexiona entonces sobre lo que se le dice, donde puede estar encerrada la verdad.
     
      Nos sirve un Dios y nos sirven todas las criaturas, como la madre a su niño, todo lleno de una potente ternura. Muchos temen pronunciar el: “hágase tu voluntad”. Piensan en un Dios devorador y están en actitud defensiva, de tirantez. Creen que con Dios llevan las de perder. Son errores de la ignorancia de la carne. Dios ansía darse. En cuanto la criatura se entrega a Dios y el universo todo vienen corriendo a darse. Dios mismo se entrega al humilde, desea recostarse allí. Viene a recrear la noche, a encenderla colocando en ella llamaradas, haciendo encender la nieve. Esto es para nosotros, hijitas.
     
      La Santísima Virgen no guardó a Jesús para sí; lo entregó en el Pesebre y en la Cruz para que fuera para nosotros. Nos miraba a nosotros como nos mira ahora. Nos mira con todo su ser.
     
      Hay en la vida algunos momentos, muy escasos, en que un alma se pone íntegra en una mirada. Son muy escasos en este mundo, ya que por lo general las almas se esconden, se repliegan por temor a ser traicionadas. Pero a veces de padres a hijos, de amigo a amigo, o entre esposos, el alma se asoma íntegra a los ojos. Así se da Dios. Nos ama a cada uno de nosotros como si fuéramos el único. No es relación de comunidad la que tiene contigo, sino personal y única. El Niño está abandonado en la noche. Se dirige a ti, te necesita con urgencia.
     
      No nos asustan las inclemencias del mundo. Es más poderoso el que se echó en su centro.
     
      Dar antídotos al mundo. Afinarnos en el espíritu, aborrecer lo que la carne, que es audaz en sus exigencias. Que nuestra aparición dé reposo. Hablar a los otros despertando sus almas, con reverencia, y vivir en esta seguridad y sosiego, porque sabemos que Dios vela, nos cuida como a pupilas de sus ojos.
     
      Les suplico seamos como los primeros cristianos: un ímpetu. “Quiero ir a ti”. Simplifiquémoslo todo; Dios nos asiste.+