Comentario nacionalista: Artículo escrito por LOUIS SALLERON,
publicado en la revista ULISES, de agosto 1965; preguntándose: ¿porqué el vulgo
y los políticos se dicen unánimemente democráticos?
Todos son demócratas; los corruptos, los traidores, los demagogos, los
ignorantes, todos son demócratas. Para ser demócrata sólo hay que decir que uno
lo es. No interesa su actuación. El Régimen democrático no reconoce ninguna
obligación moral; sólo exige que sus
santulones rindan culto al rito legal
sufragista, en la logia o en el “partido”. Desde Perón hasta KK y Macri, todos en la Argentina , incluyendo a
los ladrones y cipayos, de las
“derechas” y las “izquierdas”, fueron demócratas . Y los que vengan después,
tan ladrones y cipayos como los anteriores,
también se declararán demócratas. O sea que políticamente la democracia
no define nada ni a nadie. Cualquiera es
demócratas; ninguno es demócrata. Esta es la realidad, pasa el tiempo y
los que se dicen demócratas son cada vez más antidemócráticos, porque repudian
la soberanía, la tradición nacional, la
justicia social, y falsifican la historia, cultivan el maquiavelismo político y
la corrupción: atentan contra el orden, el bienestar y la felicidad popular: por lo cual los cipayos y corruptos no pueden ser considerados demócratas,
aunque digan que su poder es legítimo porque emerge de las urnas. La democracia liberal es un mito fraudulento
para que el Régimen se entronice en el poder, con el consentimiento de los que se autodefinen demócratas. En definitiva, democracia
y demócrata son sólo sonidos que no expresan realidades políticas, sólo
expresan mentiras.
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ucho se ha escrito sobre la
democracia y se sigue escribiendo. Se han dado mil definiciones de la
democracia. Se ha dicho lo que era o lo que debía ser o lo que se esperaba que
fuese. Se ha distinguido la “verdadera” democracia de la falsa. En síntesis, se ha dicho todo cuanto en el
mundo se puede decir sobre la democracia,
pero nunca (que yo sepa), se ha planteado la siguiente pregunta: ¿porqué todo el mundo se dice democrático?
Al oírla, por primera vez, esta pregunta
nos causa extrañeza; y sin duda oiremos respuestas como ésta: porque la
democracia es la verdad (o: porque es la civilización); ¡porque quien rechaza
la democracia es un bárbaro, un reaccionario, un explotador, un fascista, un
integrista! (y quien sabe cuantas cosas más todavía).
La respuesta sería muy satisfactoria si
hubiese el más leve acuerdo entre la
definición de la democracia y su contenido. Pero hay un desacuerdo: un
desacuerdo que no afecta a detalles sino
a puntos esenciales, puntos que comprometen todo el concepto del hombre y de la
sociedad.
Por ejemplo, si ha dos personas se les
pregunta sin malicia ni doblez: “¿Es Ud, demócrata?”, “Si naturalmente”,
responde una. “¿Si soy demócrata?”, dice la otra, y añade: “¿Por quien me toma
Ud.?”
Si estas dos personas son franceses uno
se atreve a preguntarles si pertenecen a algún partido político. La primera os
dice que es del MRP y la segunda que es comunista.
He ahí a dos demócratas que hacen
profesión de serlo y que, sin embargo, difieren profundamente respecto a todas
las cuestiones económicas, políticas y religiosas y en todo lo demás.
Haced la misma pregunta a diferentes personas en un reunión
internacional. Todos se dirán demócratas. Lo mismo contestarán un alemán, un
norteamericano, un ruso, un chino (y aún: dos chinos, uno de Chiang y otro de
Mao)..
“Todos son demócratas” me dirá un
contrincante irritado, pero lo que pasa es que no tienen el mismo concepto de
la democracia.
¡Muy bien! ¡Magnífico! Se muy bien que no todos tienen el mismo concepto de la
democracia, Pero, al fin y al cabo, todos
son demócratas. No se puede negarlo ya que ellos mismos lo afirman..
Mi contrincante (irritado) tal vez
entonces se encoja de hombros y rectifique su posición en los siguientes
términos: “Todos se dicen demócratas
pero eso no es cierto. X y Y son demócratas, Z no es demócrata, por lo menos no
es verdadero demócrata”.
De acuerdo, pero ¿porqué todos se dicen
demócratas?¿Qué ventajas les reporta eso?
Podemos hacer una concesión de
vocabulario, por interés o por cortesía, en un ambiente en el que queremos
hacer buen papel. Se puede decir entre los socialistas :”Soy socialista en el
fondo”, y, entre los norteamericanos : “Critico a los norteamericanos porque me
siento más norteamericano que el mismo Kennedy”, es una forma corriente de
cortesía.
Sin embargo, un comunista del Kremlin no
pretende conquistar a un capitalista de Wall Street ni recíprocamente. No
obstante, tanto el uno como el otro se dicen y proclaman demócratas.
Mientras escribo estas líneas, tengo en
mesa, y a la vista, dos libros. El primero se titula: La democracia por rehacer. Es el relato de un “ coloquio” en base a informes presentados por R. Rémond,
G. Vedel, J. Fauvet, E. Borne con
prefacio de Duverger . Todos son demócratas, evidentemente. (Desde cuando lo
son sería divertido saberlo, puesto que varios de ellos pertenecieron en otro
tiempo, si no me equivoco, a la Acción
Francesa o al PPF de Doriot. Sería interesante saber si se decían
demócratas ya en aquellos tiempos, o que gracia les ha tocado para que ,
abandonando sus primeros amores políticos hayan pensado hacer o “rehacer” la
democracia). El segundo libro es El
Estado y el Ciudadano y al abrirlo leo el titilo de la introducción: “La
democracia en vista”. Es una obra colectiva publicada por el club Jean Meulin, es decir, por algunos
centenares de funcionarios, sindicalistas e intelectuales que componen dicho
club. Todos son demócratas, evidentemente. Asimismo el Club nos informa que con
El Estado y el Ciudadano se propone
brindar los elementos de un conjunto de
estudios de la democracia del siglo XX y, en especial, de la democracia de
Francia” (pg. 21). Es inútil, estoy perdiendo tiempo. Nadie discute que en
política haya algo de valor fuera de la
democracia. La única cuestión es realizar la democracia o “actualizarla” o
sustituir la “verdadera” por la falsa. En esto se ocupan los demócratas, vale
decir, toda la gente. En esto se ocupan por todas partes, en Francia y en
Alemania, en la URSS ,
en Argelia, en Egipto, en el Yemen, en la India , en China, en Mónaco.
Todos son demócratas Y todos están en
desacuerdo entre ellos mismos, separados por una gran fisura internacional entre el Oeste y el Esta,
aislados por la cortina de hierro. Y su desacuerdo se extiende a todo, excepto
a la palabra y a la profesión de fe;
“Somos demócratas. Somos los verdaderos demócratas”
¿Por qué?
¿Porqué todo el mundo se dice demócrata?
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M
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i demostración falla en un punto.
Lo sé.
No es exacto, en efecto, que “todo el
mundo” se diga demócrata.
Digo “todo el mundo” para abreviar. En el
sentido corriente de la expresión, quiero decir: “Casi todo el mundo”. Pero la
minoría es tan pequeña y de tan poca monta que se la puede pasar por alto.
Así lo he hecho para simplificar.
Ahora me toca el turno de complicar las
cosas.
Dejemos de lado a los que son minoría,
como usted y como yo (o yo solamente), y
echemos un vistazo al vasto escenario internacional con el fin de buscar y
analizar a los que no son demócratas.
Aquí sí será menester hacer distingos.
Como mi estudio se refiere al “decirse
demócrata” y no al “ser demócrata”, habría que saber si hay hombres políticos
importantes, como por ejemplo, jefes de Estado, que se digan no-demócratas.
Sin embargo, en esto la profesión de fe
personal tiene menos importancia que la opinión de los demás. Dicha profesión de
fe, en efecto, puede ser tenida por una de las reglas del juego de interés o de
cortesía, de que hablamos antes.
Mientras que, si todos los demás, por más que disientan entre ellos,
concuerdan en afirmar que un determinado
jefe de Estado no es demócrata, es porque, probablemente, no lo sea.
Un jefe de Estado que se diga demócrata y
que sea considerado por Kennedy o por Khruschev y por los demás, como
no-demócrata, no es demócrata, por más que él se tenga por tal.
¿Franco y Salazar se dicen demócratas? No
lo sé. Es posible, tal vez. Pero ni Kennedy ni Khruschev ni Nehru ni el rey de
Arabia, ni el presidente de la
Guinea , ni ningún jefe de Estado, blanco, negro, amarillo o rojo
(si queda) los consideran demócratas. Por lo tanto no son demócratas.
He ahí lo interesante.
¿Por qué?
Porque este acuerdo revela que en las profesiones de fe democráticas hay,
en efecto, adhesión a un dogma, a un principio, en todo caso, a un objeto.
Kennedy y Khruschev se dicen uno y otro,
demócratas, pese que uno es el opuesto del otro en todo los aspectos. Y bien,
de hecho, la profesión de fe de ambos es
la profesión de fe común. Ellos
creen, por encima de todas sus
discusiones y disputas, en una misma verdad, o al menos en un mismo objeto que para ellos es la verdad. La prueba es que
estarán de acuerdo para negarle, por ejemplo, a Franco la entrada al club
democrático.
Ahora bien ¿Cuál es esa fe común? ¿Cuál es el objeto idéntico de la profesión
de fe democrática?
Para responder a estas preguntas hay que
hacer un pequeño rodeo.
Cuando estudiamos la historia de la
naciones podemos comprobar que, por
encima de sus rivalidades, y a pesar de los reglamentos internos de
funcionamiento que son, a veces, muy diferentes, vemos que las naciones, o al menos grupos de
naciones se consideran como integrando una misma familia supra nacional por el
hecho de adherir a ciertos principios comunes. Se trata de algo distinto de la
civilización; de una especie de supra-constitucionalidad internacional que
podría llamarse la legitimidad
internacional.
Esta proposición varía mucho, eso cae de
su propio peso, a través de los siglos. Pero nos basta considerarla a partir del momento en que se vuelve tan
clara como indiscutible, es decir, desde la Revolución Francesa. El éxito de la Revolución Francesa
crea frente a la antigua legitimidad –que se llamaba precisamente principio de legitimidad- una nueva
legitimidad que es la de la soberanía popular, afirmada por la elección, frente
al derecho divino y a la filiación dinástica.
Todo el siglo XX marcará el progresivo
retroceso del principio de legitimidad. El Tratado de Paz de 1919, dependiendo
del Congreso de Viena, funda el orden europeo e internacional sobre la nueva
legitimidad: la legitimidad democrática.
Wilson es su sumo sacerdote, en nombre de la poderosa América, que así hace su
entrada en el escenario internacional.
Francia, Inglaterra, todas las naciones
victoriosas y todas las naciones vencidas, adhieren a este legitimidad.
En adelante toda nación se dice democrática.
Todo jefe de Estado se dice
demócrata.
¿Cuál es el contenido
de la legitimidad democrática? Es bastante impreciso, Se puede decir, con
Lincoln, que el gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Las vías y
los medios de realización son diversos, y el club democrático no es exigente en
los detalles. Sin embargo, en cualquier
caso, es necesario la elección. Un
régimen no puede tener derecho a
llamarse democrático sin haber recibido la unción electoral. Este es el
único sacramento exigido.
En el intermedio de las dos guerras,
diversas naciones europeas amenazadas por la anarquía o el comunismo tuvieron
que recurrir a la dictadura. Se hicieron así, poco a poco, cada vez más
sospechosas a Francia, Inglaterra y Estados Unidos, por ello se las señaló,
expresa o virtualmente, como anti-democráticas. La guerra terminó por estallar.
Alemania, Italia y Japón fueron vencidos. Con su derrota, sus respectivos
regímenes, aunque muy diferentes, fueron condenados por anti-democráticos. En
cambio la URSS ,
mucho más cerca de la Alemania nazi que de las
otras naciones occidentales, por muchos conceptos, fue proclamada democrática.
Las naciones que ella esclavizó fueron también declaradas democráticas por el
mundo occidental. Esto hace que el
universo entero este regido por el principio de la legitimidad democrática.
Las elecciones garantizan este principio en todas las naciones.
Después de la guerra, los Estados Unidos
decidieron la “descolonización” del planeta. Y esto por cuatro razones: 1-
porque se consideran una colonia liberada
de la tutela europea y que, en este aspecto, se sienten solidarios de todas las colonias aún no emancipadas; 2-
Porque estimaron que, en lo sucesivo, el liderazgo mundial les pertenecía y que
las colonias europeas eran una traba; 3- porque pensaron que harían más
fácilmente sus negocios con las colonias convertidas en Estados libres; 4-
porque temían que, de no tomar ellos la
iniciativa, la emancipación de las colonias
podría realizarse bajo el signo soviético.
Así sucesivamente Holanda, Gran Bretaña y
Francia, perdieron todas sus colonias. Argelia había podido tener un destino distinto y dar al mundo el ejemplo
de un país que hubiese superado, en una convivencia pacífica, las querellas
nacionalistas, raciales y religiosas. América no quiso que así fuera y, en un
baño de sangre que coincidió con uno de los éxodos más masivos de la historia,
Argelia, a su vez, fue declarada independiente.
Esas decenas de colonias transformadas en
estados independientes hoy son países
democráticos. El sólo hecho de destruir una legitimidad antigua habría bastado
para darle ese carácter. Pero son democráticos porque tienen la bendición y el
padrinazgo tanto de los Estados Unidos como de la URSS , Lo único que se les pide
son elecciones, como mínimo. Y los plebiscitos siempre satisfacen a los
elegidos y a los electores.
He ahí pues lo que es la democracia en el
plano internacional. Es el régimen de cualquier Estado que, mediante el
bautismo de una elección popular, se dice libre, con el consentimiento de los
Estados Unidos y de la URSS ,
o de una de estas dos potencias.
Un país se dice democrático porque ésta es la única manera de poder entrar
en el Club internacional, sea por la adhesión directa a la ONU , sea por su capacidad para
adherirse a ella gracias al padrinazgo de los Estados Unidos o de la
URSS. El derecho de ingreso, una vez más,
se reduce a la designación del gobierno por vía electoral.
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E
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ste análisis, por sumario que
sea, basta ampliamente para dar respuesta a la cuestión que planteábamos.
¿Porqué todo el mundo se dice democrático? En el
escenario internacional todo el mundo se dice democrático porque es imposible,
o al menos, muy arriesgado, obrar de otro modo. La legitimidad internacional es
de aquellas potencias que imponen su ley al mundo. Puesto que los Estados
Unidos de América y la URSS
y los principales países de la vieja Europa son todos democráticos y se
proclaman democráticos, todos los demás países están obligados a proclamarse
igualmente democráticos.
Quedaría sin embargo por definir la democracia. Pues bien vemos que a ese alto
nivel basta con atenerse al vago sentido etimológico. Por ser todo gobierno
siempre el gobierno del pueblo, y al pretender todo gobierno gobernar para el pueblo, el único criterio de la democracia sigue siendo la designación del gobierno por
el pueblo. Basta inscribir la democracia
en una constitución y proceder a una cierta operación plebiscitaria para
que nazca un Estado democrático.
Si una revolución engendra un nuevo
Estado, ya tiene, por este hecho, la unción popular. Una revolución, sobre todo
cuando hace derramar mucha sangre y destruye muchas cosas, significa una
voluntad popular. Destruir el orden antiguo para instaurar un orden nuevo es
imitar el ejemplo norteamericano, francés, ruso. Esto es inscribirse en la
legitimidad democrática internacional.
Revolución, elección, padrinazgo de las
grandes potencias y especialmente de los Estados Unidos de América o de la URSS : he ahí lo que
constituye el Estado democrático. He ahí lo que permite que una nación tenga
existencia en el escenario
internacional. He ahí lo que explica
porqué todo país y todo jefe de Estado se diga democrático. La opción es:
democracia o muerte.
Sin
embargo, para que exista una religión no bastan la liturgia, los
sacramentos, los ritos. Se necesita también, y ante todo, una fe aunque esta fe no arraigase más que en
el corazón de una minoría.
La democracia es una
religión. Acabamos de verlo sin ni siquiera
haber pronunciado esa palabra, pero nos vemos obligados a hablar de
unción, de sacramento, etc. El hombre es un animal religioso ya sea deísta o
ateo. No puede vivir sin fe. El carácter sacro del poder democrático es evidente.
Se lo ve admirablemente en la entronización de
todos lo Estados nuevos que brotaron
sobre la faz de la tierra a
partir de la última guarra. Pero, para que existan, los Estados tienen que ser
democráticos, así como, para ser tenidos en cuenta, los jefes de Estado tienen que ser democráticos.
Centenares y millones de hombres
son y se dicen democráticos.
Es decir que adhieren a una fe. Parece
ser muy difícil explicar su fe y su profesión de fe por la legitimidad internacional. Casi se
podría pensar que esa fe es la que funda
la de los jefes de Estado y la estructura del orden político. La fe precede y
anima necesariamente toda estructura.
En realidad hay reacción recíproca. Por
ejemplo, en los nuevos Estados hay decenas de millones de hombres que creen en la democracia en la medida en que se
consideran llamados a beneficiarse personalmente con el cambio. Por otro lado,
en los países antiguos, todos los hombres cuya carrera y reputación dependen mucho o poco del Poder,
tienen interés en proclamarse democráticos y estos son harto numerosos por el
hecho de la estructura estatista de la monarquía de las naciones.
Sin embargo, al margen de esas dos categorías
de hombres que, por otra parte constituyen la inmensa mayoría, hay todavía espíritus
libres y que viven con una libertad suficiente para tomar decisiones sin ser
demasiado influenciados por el interés o el temor. Pues bien, entre esos
hombres hay muchos que se dicen democráticos. ¿Porqué?
Si reflexionamos se llega a la
conclusión que, cuando esos espíritus libres
se dicen democráticos es que lo son. Vale decir que tienen fe en un dogma cuya definición para
ellos más acertada es la palabra democracia. Igualmente aún entre los
hombres interesados en proclamarse
democráticos se puede pensar que su
profesión de fe no es pura mentira. Su fe es, en extremo, imprecisa,
descolorida. Pero, teniendo todo esto en cuenta creen más en algo que podría
llamarse democracia que en cualquier otra cosa que se llamase de otro
modo.
Por lo tanto; ¿en qué creen todos esos
hombres? ¿cuál es su religión? ¿cuál es
el objeto de su fe? ¿y porqué proclaman
esa fe?
He dicho hace poco que no se puede
explicar la fe democrática de los individuos por medio de la legitimidad
internacional. Quizá decir eso sea un poco apresurado. Por cierto que la
legitimidad internacional, en cuanto tal, es exterior a esa fe individual. Pero
el origen es el mismo, en último
término, el contenido también.
En ambos casos-en el caso de las
conciencias individuales como el de la “conciencia” internacional- la
Historia es lo que
explica todo.
Hasta el siglo XVIII el Cristianismo era
el orden total de la civilización occidental, el orden de la sociedad y de las
personas, el orden de los Estados como de los individuos. Al destruir la
monarquía la revolución francesa
entendía derribar la totalidad del orden cristiano, y así lo hizo en
efecto.
Lo que hubiera tenido que ser nada más
que una revolución política se convirtió y quiso ser una revolución religiosa.
En cuanto sistema de designación de los
gobernantes la democracia, al igual que la aristocracia y la monarquía había sido
aceptada por todos los teólogos y todos los filósofos. Pero la Revolución no
instauraba un régimen político nuevo: instauraba una filosofía nueva y una
religión nueva. A través de la monarquía la revolución apuntaba al principio cristiano de que toda
autoridad viene de Dios. A
partir de entonces, toda autoridad venía
del hombre; del hombre elector, del hombre pueblo, del hombre número. La
autoridad ya no venía de arriba sino de abajo. El santo crisma, como decía
Proudhon fue reemplazado por la urna electoral.
El bloque Revolución
engendró el bloque Democracia. Todo lo que uno u otro plano, representaba el Pasado fue condenado, automáticamente, en nombre de la Democracia.
En los Estados Unidos, la Revolución fue
esencialmente política, y como los hombres de dicha revolución eran puritanos la Democracia tomo un
matiz muy diferente. Es también una religión del Progreso y del Futuro, pero
bañada de un deísmo cristiano. Esto prueba que no hay relación necesaria,
tampoco en el siglo XX como en otros tiempos –entre tal o cual sistema para
nombrar gobernantes y el cristianismo. Pero en todos lo países de Europa y de
otras partes, en los que la democracia se ha originado en una revolución contra
un orden anterior generalmente muy antiguo, los valores contenidos en este
orden eran tanto más repudiados cuanto más estrechamente se confundían con el mismo y cuanto más la citada revolución se inspiraba en la de Francia. La
revolución rusa y posteriormente la revolución china han renovado y acentuado más el carácter anticristiano y
antirreligioso de todas las demás revoluciones que ellas han desencadenado. Al presentarse esas revoluciones como filosofías totales del hombre y de la sociedad –mucho más totales que la Revolución Francesa- es decir, como revoluciones nuevas,
religiones del ateísmo, los regímenes
democráticos por ellas suscitado son todos profundamente religiosos, religiosos
con un ateísmo militante. Esta ateísmo es la religión del Progreso y del
Futuro.
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E
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ste rápido panorama nos permite,
así lo creemos, orientarnos dentro de la confusión democrática:
el polo comunista
-el polo francés
-el polo norteamericano
-el polo británico
La democracia comunista es integralmente
religiosa, Es la religión totalitaria del ateísmo militante, bajo las especies
del materialismo dialéctico.
La democracia francesa es de origen y
esencia religiosas. Pero fundada, desde un principio, en el individualismo deja
lugar a corrientes de pensamiento que pueden afectarla tanto de parte del cristianismo
como del comunismo.
La
democracia norteamericana tiene origen político y esta bañada de espíritu
religioso con matices cristianos.
La democracia británica es únicamente
política. Moderada por la aristocracia y la monarquía hunde sus raíces en el
cristianismo.
En
la medida que la democracia está ligada al cristianismo, es decir, en el caso
de los anglosajones, ese cristianismo se hace protestante, lo cual implica, en
una tradición ya muy antigua, un aspecto revolucionario puesto que el
protestantismo fue la primera revolución social contra el catolicismo.
La fe democrática es, por consiguiente,
histórica y geográficamente anticatólica. En la medida con que es militante la democracia es igualmente
anticristiana y más generalmente antirreligiosa. (en el sentido deísta del
vocablo religión).
Sin embargo el carácter individualista de
la democracia francesa, su antigüedad (de casi dos siglos) y la convergencia de
intereses que ha hecho de los países anglosajones y de los países europeos, una
sociedad política bastante unida, han dado, paulatinamente a la democracia
occidental rasgos comunes en que ha prevalecido algunas ideas de vida personal
y social sobre las concepciones puramente filosóficas. La democracia del “mundo
libre” frente al totalitarismo comunista, se ha convertido en gran parte en un
sistema político cuyos principios están bastante bien resumidos en los Derechos del Hombre y cuyas normas de
funcionamiento se reducen a la separación de poderes, a la designación de
gobernantes por elecciones regulares, a
la posibilidad para las minorías de existir y manifestarse, etc.
La ventaja que ofrece el carácter
tolerante de la democracia occidental es haber desarmado, en parte, a los
sectarismos anticlericales y antirreligiosos. Su inconveniente reside en la debilidad de su sincretismo que ha
abierto las puertas al comunismo. Las mentes formadas sociológicamente por el
catolicismo no se satisfacen así nomás con una vaga religiosidad. Cuando han
perdido su fe primera buscan otra igualmente vigorosa. Por eso, las masas
populares de los países católicos son mucho más receptivas al comunismo que las
de países protestantes.
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S
|
e podría multiplicar estos
análisis al infinito. Dichos análisis nos suministrarían más ampliamente, en
efecto, las razones para ver porqué cada
individuo se dice democrático y porqué puede, en efecto, decirse democrático,
aunque profese ideas diferentes a las de su vecino.
Mas allá de las divergencias y
oposiciones, el hecho de que las democracias modernas son de origen revolucionario crea una fe democrática común y ésta es una cierta contradicción al pasado
y una garantía de lo porvenir. La coincidencia del advenimiento de la
democracia con el de las ciencias ha contribuido poderosamente a injertar un
contenido más religioso a la fe democrática. De allí proviene el atractivo
comunista.
Estamos, en verdad, en presencia de una religión nueva, religión que es para la
totalidad del globo lo que fue el
Cristianismo de Occidente durante quince siglos.
La fe democrática puede
abarcar desde la convicción total y militante hasta el escepticismo subjetivo integral, como ocurrió
con la fe cristiana en la Edad Media.
Sin embargo, los incrédulos declarados de la democracia moderna son tan raros
como lo eran los incrédulos declarados
del cristianismo medieval, y por igual tazón: la incómoda situación del
incrédulo.
*
P
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or lo tanto, se plantea una
pregunta: ¿puede tener la democracia un sentido concreto admisible para los católicos?
La cuestión así planteada sólo puede
tener una respuesta afirmativa pero a condición de aclara bien las cosas.
Ante todo, ya lo hemos dicho, la
definición puramente política de la democracia la convierte en una realidad perfectamente indiferente al
catolicismo. La elección de gobernantes es una manera completamente
natural de designar la autoridad
política. Es incluso el modo normal para ello en la medida que los individuos
sean más capaces de conocer y apreciar
las cuestiones políticas.
Por más que al contenido de la democracia
históricamente le hayan injertado valores anticatólicos, dicho contenido puede
cambiar. Esto es cuestión de tiempo y de fuerza espiritual. El protestantismo
ha impreso su matriz a la democracia anglosajona. El ateísmo ha impreso su
matriz a la democracia soviética. Nada
impediría que hubiese un matriz para la democracia hecha por el catolicismo.
Asimismo cuando el contenido pasional antirreligioso de la democracia comenzó a
declinar en Europa, los Papas señalaron
la diferencia existe entre la democracia
stricto sensu, es decir, puramente
política y la función antirreligiosa que
la Revolución
y sus herederos le asignaron. Los Papas se han encargado de precisar los
caracteres de la verdadera democracia, vale decir, los caracteres que debe
revestir un régimen democrático concreto
para coincidir lo más posible con los elevados ideales que sustentan los
democráticos. En resumidas cuentas, la Encíclica Pacen in Terris es una especie de
síntesis de la doctrina democrática de la Iglesia , un resumen de los
principios del orden social tal como lo establece la ley natural, tal como lo
admite la Iglesia
y como invita a todos los democráticos y a todas las democracias que lo
reconozcan.
Sin embargo es siempre difícil remontar o
rectificar una corriente histórica. El católico democrático se siente recién
llegado en la familia democrática. Siente algo así como una necesidad de
hacerse perdonar un largo error histórico. Por eso no se lo admite sino después
de un tiempo bastante largo de prueba en que se lo invita a demostrar su
sinceridad. ¿Y cómo lo demostraría mejor sino criticando en grande todo cuanto
en el catolicismo pareciera ser herencia
sociológica del pasado? De ahí el equívoco que siempre se cierne sobre la
democracia católica.
Este equívoco a cobrado en Francia un
carácter espectacular a partir de la Liberación.
Los católicos, en efecto, han creído poder manifestarse más democráticos que los demócratas tradicionales de su país, pasando
por encima del radicalismo y la masonería, para ir al encuentro directo del
comunismo. Ciertamente, no aceptaron el comunismo como tal pero admitieron los enfoques del comunismo respecto a la sociedad económica y política,
vieron en los comunistas hermanos a los que era necesario tender la mano para
trabajar en común por la promoción del proletariado y para establecer la paz mundial. Esta
democracia católica se ha convertido en
el “progresismo” que, en su forma declarada, no congrega sino a un número muy
pequeño de católicos, pero cuyo espíritu satura todo el catolicismo francés y tiende a
saturar el catolicismo mundial.
¿Cómo puede explicarse semejante error?
Ante todo por la disminución de la fe cristiana. Pero psicológicamente por el
hecho que habiendo sido el catolicismo una realidad social encarnada en mil quinientos años de historia,
el católico siente una necesidad de la nueva cristiandad popular, y no vacila
en abrazar la causa del movimiento más
potente y numeroso para crearse ese confort espiritual del que se ve privado en
el plano puramente religioso. Nada es más fácil que imaginarse que el católico
podrá bautizar al comunismo y que, por otra parte, el comunismo está ya
virtualmente dentro de la
Iglesia de Dios porque es la masa de los que sufren.
¿En qué reside la importancia y el
verdadero peso del progresismo? Es muy difícil advertirlo; pero cada día avanza
más. El éxito prodigioso del P. Teilhard de Chardin es la señal de esto.
“En el gran río humano –escribe Teilhard-
las tres corrientes (oriental, humana y cristiana) aun se oponen. Sin embargo,
hay señales ciertas en las que se puede reconocer que se van acercando. El
Oriente ya parece haber olvidado la
pasividad original de su panteísmo. El culto del progreso abre cada vez más
ampliamente sus cosmogonías a las fuerzas
del espíritu y de la libertad. El Cristianismo comienza a inclinarse ante el
esfuerzo humano. En las tres ramas trabaja oscuramente el mismo espíritu que me
ha hecho a mí mismo.
“En este caso la solución que persigue la Humanidad moderna ¿no
sería, en esencia, esa misma que yo he encontrado, precisamente?
“Así lo pienso y en esta visión concluyen
mis esperanzas.
“Una convergencia general de las
religiones en un Cristo-Universal que, en el fondo, satisfaga a todos: tal me
parece ser la única conversión posible del mundo y la única forma imaginable de
la Religión
del futuro”.
Esta
profesión de fe es, en verdad, la de la religión democrática.
Fe en el mundo, en el progreso, en la
ciencia, en el porvenir: fe en la vida, fe en todo lo que crece, en todo lo que
sufre, en todo lo que viene de abajo y va, a la vez, hacia arriba y hacia
delante: he ahí la fe democrática. He ahí la fe que tal vez sea la del
norteamericano, del ruso, del europeo, del africano, la del asiático. He ahí la
fe que tal ves sea la del ateo, del deísta y del cristiano. He ahí la fe que
puede proclamarse indiferentemente de la Materia ,
del Espíritu y de Cristo, ya que eso es la misma cosa para Teilhard. He
ahí la que todo el mundo profesa hoy día.
Que sea posible que un católico profese
esa fe nos hace cavilar ya que ésta es exactamente lo contrario de la fe
cristiana y católica.
Si pensáramos que la fe que anima la
religión democrática es verdaderamente profunda no bastaría con decir que
estamos en víspera de la máxima herejía
en la historia del catolicismo, sino que estaríamos más bien en víspera de una
apostasía general en la que zozobraría todo el armazón social de la Iglesia de Cristo reducida
a estado de las catacumbas en medio de una humanidad sumergida de nuevo en la
idolatría.
Reconozcamos que, si hubiéramos de
atenernos a lo que se ve y se manifiesta, esta visión apocalíptica no dejaría
de ser la previsión más lógica y por lo tanto la más probable.
Pero ¡a Dios gracias!, existe todo lo que
no se ve, lo que constituye la vida
intensa y oculta del
cristianismo. Es dable esperar que el tumulto progresista se calmará algún día
y que la democracia se tornará de religión a forma institucional de la sociedad.
Esto es, en todo caso, lo único fundamental, lo único para lo que vale la pena
que trabajemos.+
LOUIS SALLERON.